En ocasiones, se hace difícil encontrar las palabras exactas con las que definir qué sentimientos despierta en su conclusión un determinado libro. En otras, sin embargo, es tarea sumamente fácil. Esta novela de Robert C. Wilson, por ejemplo, sólo provoca sinónimos: enojo, irritación, enfado. Y no por su ideología o por su baja calidad, sino por su defectuosa construcción; por suponer, en suma, una gran ocasión desperdiciada.
Darwinia comienza de manera fulgurante, bajo una premisa realmente atractiva. En 1912, de la noche a la mañana, Europa es misteriosamente sustituida por una espesa jungla de flora y fauna desconocidas. Con una prosa más que cuidada, vaga lentitud y exquisito gusto por lo antiguo, el autor logra reproducir los aromas de la imprescindible literatura de viajes de principios del siglo XX. La América que habrá de convivir con las consecuencias del llamado "Milagro" y las nuevas tierras de Darwinia, vividas a través de los ojos y experiencias de los principales protagonistas, se convierten en un decorado de lujo para el desarrollo del principal motor de esta obra: el misterio que envuelve a la transfigurada Europa.
Con este comienzo, Darwinia se prefigura como una novela realmente absorbente, capaz de jugar con subgéneros presumiblemente dispares, aunando la supuesta ucronía y el consabido macroartefacto (¿qué otra cosa sino esto es en realidad el nuevo continente de Darwinia?) en un conjunto impulsado continuamente por una indescifrable incógnita. Sin olvidar tampoco el magnífico telón de fondo que supone la posibilidad de especular con una Historia en la que no existió Primera Guerra Mundial, ni influencia alguna de Europa en el decisivo siglo XX.
Sin embargo, como en la vida misma, la sinrazón aparece a veces en el terreno de lo creativo. Llegado el primer tercio del libro, en un defraudante ataque de impericia, el autor decide cortar dolorosamente el ritmo y la vida de la narración insertando un breve Interludio, tras el cual pretende continuar las cosas donde las dejó. En él, se desvela anticipadamente, con pelos y señales, el origen y causas del misterio darwiniano, lo que provoca el desinflamiento total de la trama, que a partir de ese momento, conducida con pulso inestable, deja de interesar en absoluto.
Aunque la idea interna que da origen al prodigio del cambio de Europa es enormemente interesante, lo que resta del libro resulta ya tan falto de interés que la lectura se torna anodina; el conocimiento del secreto mata la curiosidad. Del posible estudio histórico paralelo no se dan mas que breves apuntes. Hasta la prosa se devalúa. Sólo al final, en la lógica y anunciada conclusión, la novela vuelve a ganar cierta altura debido a un breve conchabeo con el género de terror. Sin embargo, la presunta profundidad que se adivina en las últimas páginas no logra calar debido al estado de abulia con que se llega a ellas.
Darwinia es un ejemplo más de lo que pudo haber sido y no fue. Una ilustración maravillosa, un excelente comienzo, unas ideas dignas del mejor creador, pero en resumen, una historia mal contada.
Santiago L. Moreno
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