La calidad de una antología se suele medir por la calidad individual de los cuentos seleccionados, pero también por el resultado global que puede extraerse del conjunto. Las historias contenidas en este Artifex Segunda Época vol. 3 van desde lo excelente hasta lo inánime, de lo emocionante a lo insustancial, pero respetando una línea temática que, salvo en algunas excepciones que aportan la necesaria variedad al producto, sirve como referente para conocer por dónde van los tiros actualmente en el género de fantasía en España. Y, afortunadamente, se puede constatar que marchan por senderos diametralmente opuestos a las dragonadas y similares que tanto proliferan hoy en día en los trillados campos de ese maltratado género. Las once contribuciones que recoge el tercer volumen de esta antología de literatura fantástica están, además, escritas por autores de diferentes generaciones, lo que se suma significativamente al interés muestral de esta recopilación.
Si hay que buscar defectos, quizá el más llamativo se encuentre en la elección de "Los sirvientes" como presentación de esta antología. La macabra aportación de Ramón Muñoz es una muestra de terror gore que puede llamar a engaño sobre los cuentos que le suceden, más dados a la emoción que a la escabrosidad. Alguno de ellos, incluso, en el extremo opuesto, como el relato de Daniel Mares "Baile de máscaras", que reúne comedia de enredo y realismo mágico en una historia francamente divertida.
Con resultados dispares, dos valores actuales de la ciencia ficción española ofrecen sendos ejercicios de estilo. Mientras que Eduardo Vaquerizo no logra concretar sus pretensiones en "La ciudad cambia cada noche", Rodolfo Martínez desgrana en "El segundo principio de la termodinámica", con música de Joaquín Sabina de fondo, dos historias que en realidad son una sola, logrando un final realmente meritorio. Sin embargo, quien hace una búsqueda más intensa de la belleza estilística es el autor vitoriano José Antonio Cotrina, que en "Soñando Soberbia: el arquitecto" logra dar vida a un relato excelente. Con una prosa recargada, no apta para todos los públicos, pero básica en el resultado final, Cotrina introduce al lector en la mente de un arquitecto que se rebela contra la castración del arte y cuyos sueños, apoyados por el elemento fantástico, acabarán dando lugar a la ciudad ideal.
En el terreno de la ciencia-ficción, el cubano Fabricio González Neira aporta la nota foránea con "La muerte de Mateo Habba", un original relato que desarrolla con estilo borgiano una trama de naturaleza ciberpunk en la que Dios y el ciberespacio comparten protagonismo. En ese mismo género, pero con una longitud mucho mayor, "Si pudieras ver Niágara" se adivina como el pilar central de la colección. Joaquín Revuelta, responsable de esta interesante novela corta que fue finalista del UPC 1999, mueve con soltura a sus personajes en un escenario sumamente atractivo, y lo hace con un estilo exento de barroquismos. La novela, que engancha notablemente, tiene su punto más débil en un final excesivamente místico al que seguramente no habrían venido mal unas cuantas páginas más.
"La llegada", una reflexión intimista de Elia Barceló, y "Más allá de...", una ingeniosa metáfora de estilo poco trabajado de los jovencísimos Sergio Parra y Albert Sans, suponen seguramente los cuentos más flojos de esta antología. Todo lo contrario que "La canica en la palmera", del consagrado Rafael Marín. En un maravilloso ejemplo de cómo hacer literatura de género netamente española, y con un arriesgado estilo narrativo, Marín crea una enternecedora historia de amistad infantil que se sirve del elemento fantástico para recordarnos, además, cuán diferente fue la niñez de nuestros padres de la de nuestros hijos. Un cuento que desde ya se proyecta como firme candidato al premio Ignotus del año próximo.
Sin asignaturas pendientes, este tercer volumen de ASE se muestra muy completo: autores casi noveles, veteranos y extranjeros; fantasía, terror y ciencia-ficción; relatos cortos, una novela e incluso algunos poemas... Si sumamos a todo esto la más que aceptable calidad de los cuentos, hay que concluir que la calificación de esta antología supera con creces el aprobado general.
Santiago L. Moreno
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