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Holocausto (2084)
Holocausto (2084)
F. Mond
Letras Cubanas, 2000

En mi no muy extenso comercio con Letras Cubanas pocas veces he quedado insatisfecho, salvo cuando se trata de ciencia-ficción, género que esta editorial parece subestimar hasta el punto de no exigirle apenas algo a los escritores que, con extrema deferencia hacia ellos e infinita desconsideración hacia los lectores, accede a publicar. Al menos, ésa es la impresión que se recibe al leer Holocausto (2084) de Félix Mondejar (F. Mond).

La trama es simple. En 1984, el Gran Hermano, al ver que nadie le presta atención, decide planear un golpe contra todos los países del planeta: en el 2084, se harán detonar simultáneamente en cada país un número determinado de bombas de neutrones, y los únicos sobrevivientes serán los partidarios del Gran Hermano. El resto de la novela se desarrolla en el 2084 en La Habana. Los protagonistas son dos adolescentes, Aldán y Elva, que sobreviven gracias al campo de contención que genera un ordenador que no es tal, sino un ingenioso y multifacético artefacto koradiano enviado por el inefable monsieur Larx. A partir de ahí, se suceden las peripecias de los jóvenes enfrentados a la catástrofe y a los en su mayor parte malvados sobrevivientes. Estamos, pues, ante una tragedia, aunque el narrador nunca consiga transmitírnoslo. F. Mond tiene un solo tono narrativo y lo repite de libro en libro, con menos fortuna que otras veces en este caso.

Independientemente de que Mond prefiera abusar de la caricatura y el estereotipo para caracterizar a los "malos", debió pensar mejor las razones con las que los sobrevivientes justifican el genocidio: aniquilar a la humanidad puede ser obra de simples locos o de genios enloquecidos, resulta patético que sea obra de idiotas. Si lo que uno pretende es enriquecerse a la manera tradicional, eliminar por completo a la sociedad que sostiene esa riqueza no es quizás la forma más inteligente. Entiendo, además, que en una sociedad tan limitada como la que constituyen los sobrevivientes no tiene sentido mantener el dinero y los valores de cambio convencionales, más lógico sería intercambiar reservas de comida y repuestos para los sistemas de supervivencia imprescindibles. Que F. Mond no se percate de todo esto sólo prueba su indigencia especulativa, un defecto fatal en la ciencia-ficción.

Mond se niega en realidad a "hacer sus deberes" y documentarse al menos elementalmente. El ingenio koradiano llega al protagonista camuflado como lo último en tecnología de ordenadores del siglo XXI, una máquina "rapidísima" (pág. 46) gracias a sus 500 megabytes de memoria RAM. Mond prefiere ignorar que, en primer instancia, la velocidad de procesamiento la determina el microprocesador, no la memoria ejecutiva; y que ahora esa cantidad de RAM no es imposible en un PC, sólo es innecesaria porque ningún software exige tanto. De las consecuencias de la radiactividad, el lector encontrará más curiosa la mutación que afectó a los alacranes y cucarachas. A estas últimas espero que con el aumento de tamaño -7,66 metros de largo (sin las antenas, aclara Mond servicial), por 2,5 de ancho y 2,57 de alto- les hayan cambiado el exoesqueleto de quitina por uno de plástico o aluminio que pueda sostenerlas, ya que la quitina impone un límite de tamaño o resulta inviable.

En realidad, la comprensión de Mond sobre cómo deben utilizarse los gadgets y el conocimiento científico para darle verosimilitud a la trama se asemeja, y quizás la sobrepase en ingenuidad, a la que tenían los escritores norteamericanos de las revistas pulp de los años 20 y 30. Y si en verdad considera que al abrumarnos con un galimatías pseudotecnológico, que luego Elva califica de "jerga impuesta por el autor para complacer a la tecnocracia cienciaficcionera" (pág. 185), está parodiando inteligentemente una de las convenciones más comunes de la ciencia-ficción, entonces su idea de lo que es el género es aún más pobre de lo que dejaban adivinar sus anteriores novelas.

Más allá de estos defectos, el libro se lee en unas pocas horas. El estilo, aunque desprolijo, es suficiente para conseguir algunos de los mínimos efectos que se propone el autor. F. Mond narra con cierta habilidad, es la calidad de lo narrado lo que puede disuadir al lector de concluir esta novela.

Dos virtudes quiero señalar, sin embargo. Una es que denuncia el escaso aprecio que existe entre nuestros intelectuales y el medio editorial hacia la ciencia-ficción, género del que se puede afirmar -tomando en cuenta lo publicado en Cuba- que desconocen totalmente. Es una pena, eso sí, que F. Mond no se percate de la otra parte del problema a la que él ha contribuido, incluso, con entusiasmo: el escaso valor literario de la ciencia-ficción cubana (quisiera, no obstante, salvar a Collazo, Llopis y unos pocos autores más). Esa realidad, sumada a la ausencia de publicación en Cuba de los escritores anglosajones, justifica en buena medida la actitud de nuestros intelectuales e invalida la queja de Mond.

La otra virtud es que en esta novela no faltan las reflexiones del metautor, la parodia, los juegos de palabra, la intertextualidad, las autorreferencias, procedimientos todos de moda en el mainstream y utilizados en ocasiones por los críticos literarios para valorar la obra de otros autores. A pesar de esa presencia, estamos ante una mala novela. Sirva este libro de advertencia para recordarnos que ninguno de esos procedimientos hace la literatura.

Fabricio González Neira

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