Skinny Legs and All es una novela que parece tratar sobre el fin del mundo, se difumina a mitad de recorrido en varias tramas sobre personajes interrelacionados que buscan su lugar en la vida y pasan por diversas experiencias traumáticas, y acaba siendo un manual de autoayuda redactado por un cachondo mental. La narración acompaña a Ellen Cherry Charles, una chica del profundo sur de los Estados Unidos, en su emigración a Nueva York con su marido Boomer Petway, el típico patán de pueblo que ha conquistado a su sensible mujer usando sus habilidades de soldador para convertir una caravana heredada de su padre en un gigantesco pavo asado plateado y con ruedas. Y esto es sólo el principio.
Contra toda previsión, el pavo de Boomer impresionará más al mundo artístico neoyorquino que los extraños paisajes de Ellen Cherry, y mientras su marido inicia la vida de artista con la que ella soñaba, se verá obligada a volver a su antiguo oficio, el de camarera, en un bar frente a las Naciones Unidas con una clientela muy particular. ¿Se atempera una narración que empezaba de forma extravagante? Nada de eso, porque hay que añadir las peripecias de Calcetín Sucio, Lata de Judías y Cuchara, tres pertenencias abandonadas por Ellen Cherry en una cueva donde casualmente entran en contacto con dos objetos sagrados fenicios (nada menos), Palo Pintado y Concha, de quienes aprenden las particularidades de la locomoción y con quienes inician un viaje hacia Jerusalén. Por si este viaje fuera poco, Skinny Legs and All incluye las peripecias del reverendo Buddy Winkler, telepredicador exaltado dispuesto a unirse a un grupo de sionistas radicales y hacer estallar la Explanada de las Mezquitas; el espectáculo de Turn Around Norman, "el único auténtico artista de Nueva York", cuyo número callejero consiste en girar sobre sí mismo de forma imperceptible, completando una revolución cada dos horas; al mundo del arte; a la política de Oriente Medio; y al judío y al árabe que deciden abrir un restaurante frente a la ONU. Sin olvidarnos de Salomé, la bailarina adolescente libanesa que anima las noches del restaurante, cuyas piernas huesudas dan título a la novela y cuya danza de los siete velos constituye el clímax de la narración, al cambiar radicalmente las percepciones de todos los que asisten a ella.
Con semejante batiburrillo (arte, política, fantasía, religión... sin olvidar mucho sexo y mucha muerte), Tom Robbins compone una novela que es satisfactoria, pero que a ratos parece un poco estirada y que definitivamente no está bien rematada. Lo que tira del lector no es la trama, a pesar de que está plagada de giros inusitados, ni los estrafalarios personajes, que hay que reconocer que están admirablemente retratados. Lo que hace que merezca la pena leer Skinny Legs and All es el tono permanente humorístico del narrador (que a veces roza lo satírico), sus momentos ocasionales de prosa poética, que recuerdan a las novelas de Leonard Cohen, su ingenio sarcástico afilado como una navaja, e incluso su autosatisfacción: la novela cambia caprichosamente de registro, tiempo verbal, tono e incluso género, y esto, que podría ser molesto en un autor más modesto, conquista al lector ante la avasalladora simpatía de Robbins. Además, se nota que se lo ha pasado de fábula escribiendo. Y esa alegría literaria, que se transmite perfectamente, junto con su mirada irreverente sobre todo aquello que toca (y muy especialmente sobre la religión y otras instituciones sociales), es lo que hará que vuelva a leer a Tom Robbins.
Luis G. Prado
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