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La patrulla del tiempo
La patrulla del tiempo
Poul Anderson
Título original: The Time Patrol
Trad. Pedro Jorge Romero
Col. Nova nº 135
Ediciones B, 2000

La estadística, tan indistinguible últimamente de la leyenda urbana, asegura que el lector medio de ciencia-ficción, a la hora de confesar sus preferencias, se declara más afín al cuento que a la novela. Este hecho, que contrasta por otra parte con quienes ponen en duda la definición de este género como "literatura de ideas", choca sin embargo en nuestro país con una llamativa contradicción: las editoriales importantes de cf se niegan a publicar recopilaciones de cuentos aduciendo que el fantasma de la baja venta suele acompañarlas. Quizás sea ese miedo lo que ha empujado a Ediciones B a disfrazar de ente unitario esta colección de cuentos y novelas cortas de Poul Anderson.

La patrulla del tiempo recoge la segunda versión de Los guardianes del tiempo (Orbis, 1985), cinco cuentos en total, más cuatro novelas cortas escritas en décadas posteriores, inéditas en España. Como suele suceder en estos casos de alargamiento de series, la calidad de estas últimas es notoriamente inferior a los cuentos anteriores, debido sobre todo a su longitud. Lo que en los breves relatos originales no es mas que una amena y divertida visita a sucesos improbables del pasado, se convierte debido al exceso de páginas de las nuevas incorporaciones en una infumable novela histórica de escaso rigor, cuya única intención no parece otra que la del lucimiento del autor en sus conocimientos de distintas épocas, sobre todo del mundo antiguo.

Este libro es una serie de televisión llevada al medio escrito. Tiene al atractivo e incansable protagonista de turno, Manse Everard, enfrentado a su correspondiente enemigo jurado; un señalado maniqueísmo, como mandan los cánones; sofisticadas armas al servicio de los dos bandos; un misterio siempre pendiente que nunca se llega a aclarar, personificado en los enigmáticos danelianos; acción, sexo y atractivos escenarios. En realidad, La patrulla del tiempo no contiene nueve relatos, sino nueve capítulos televisivos, episodio piloto incluido. Al igual que en la tele, uno los sigue con atención hasta que se da cuenta del sempiterno truco del contar siempre lo mismo según un invariable esquema, lo que provoca un cierto cansancio y ganas de cambiar de canal. La falta de un nudo general que empuje la trama, como lo era por ejemplo el del destino de los inmortales de La nave de un millón de años (a pesar del insulso final, mejor obra que ésta), le quita interés al producto.

La constatación tras los primeros cuentos de la falta de importancia de este libro ayuda al relajamiento de exigencias, lo que propicia la postura indulgente del lector hacia las numerosas incongruencias temporales que contiene, comenzando por la existencia misma de la patrulla, creada un millón de años en el futuro para combatir los posibles cambios temporales perpetrados por los malhechores que han ido surgiendo tras la creación del viaje temporal, muy anterior (atención al detalle) a la existencia misma de "Charlie" (los danelianos) y sus "ángeles" (los patrulleros).

El completismo que tanto le gusta al director de la colección Nova, y que fue de agradecer en otros casos (Los señores de la instrumentalidad, Proteo) le juega aquí una mala pasada. No es lo mismo leer esos viajes al Plioceno, la Roma imperial, Persia o la América colombina de vez en cuando, dejando pasar el tiempo para el natural reposo, que zampárselos de un tirón sabiendo que no hay nada que descubrir, que todo seguirá siempre el mismo esquema prefijado. Uno no se sienta a ver nueve capítulos seguidos de una serie carente de continuidad, porque la repetición y la falta de avance general acaban aburriendo.

En fin, como siempre presentación impecable, muy buenas intenciones y una correcta traducción -aunque con el habitual "pecadillo" del uso incorrecto del número en el verbo haber- para un producto antinatural que como tal acaba defraudando por los añadidos realizados a Los guardianes del tiempo.

Bueno, alguna vez tenía que salir mal, ¿no?

Santiago L. Moreno

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