Como ya es costumbre, el otoño, además de la consabida gama de marrones y el agradable crujido de las hojas bajo nuestros pasos, vuelve a traernos un nuevo volumen de la antología fantástica española por excelencia. Y como es habitual, esta significativa cuarta entrega vuelve a convertirse en una excelente piedra de toque para conocer el momento actual del mencionado género globalizador en nuestro país.
Los ocho relatos que componen este ASE vol. 4, aportaciones entre cuyos autores encontramos a algunos de los más importantes escritores españoles del fantástico en los últimos años, denotan sin duda una marcada inclinación hacia la fantasía no heroica, como ya sucediera en el anterior volumen, pero esta vez con una insistente preferencia por lo terrorífico.
Rafael Marín abre con un cuento ambientado en la guerra civil española, introduciéndonos en la búsqueda de un perdido cuadro de Goya que arrastra una oscura maldición. "La sed de las panteras" atesora la calidad habitual de los últimos trabajos del gaditano, pero la excesiva decoración documental lastra notoriamente el trasfondo fantástico de la narración, haciendo que éste se pierda al fondo de la clase de historia impartida por el escritor.
Continúa "El retrato de Paula", de Juan Carlos Planells, sin duda el peor relato de todos los aquí contenidos por fondo y por forma, al que sigue una de las dos aportaciones más importantes de la antología, el de Ramón Muñoz. En "Las sombras peregrinas", este amante de lo macabro desarrolla con su estilo siempre eficaz una historia que bien podría encuadrarse en la mitología de la España oscura, fabulando una trama de venganzas y redenciones servida en forma de persecución a través de las serranías andaluzas en pos de un monstruo devorador de niños. Una extraordinaria historia que incita a la lectura continuada, que cierra perfectamente el círculo y a la que no le sobra absolutamente nada.
Haciendo una sorprendente incursión en ese mismo género que tan bien cultiva Muñoz, un audaz José Antonio Cotrina se aleja radicalmente de sus líricas creaciones sobre Soberbia, la mágica ciudad presentada en anteriores volúmenes, y se sumerge de lleno en lo escabroso a través de una truculenta historia que se revuelca en los terrenos más exagerados del cuento de terror. Con el habitual adornamiento, "Tres noches y un crepúsculo" es la apuesta decidida de Cotrina por crear una nueva mitología dentro del horror gore, sirviéndose de unos personajes y una trama no apta para estómagos sensibles. Un satisfactorio ejercicio de un autor que a pesar de sus éxitos recientes (premios UPC y Alberto Magno) aún sigue buscando nuevos caminos.
Antes de ofrecer un respiro, la antología se sumerge en los delirios obsesivos del protagonista de "El efecto Kierkegaard-Pennebaker", un relato claustrofóbico de Carlos F. Castrosín que ofrece algunos misterios y respuestas sólo sugeridas en breves detalles. Efectivo estilo al servicio de una historia repleta de incógnitas que queda aparcada en espera de su conclusión real, y a la que sigue una breve toma de aire que casualmente viene dada por la mano de un prometedor autor novel, Alain Ochoa, quien recrea en "La torre", de manera agradable y efectiva, un mágico cuento de licantropía y amores perdidos.
En el penúltimo cuento, "Cualquier noche puede salir el sol", un ciberpunk espléndidamente ambientado, Manuel Diaz Román no logra concretar sus interesantes propuestas debido a una marcada precipitación que transforma lo que podía haber sido uno de los principales logros del año en un relato con buena nota. Y para cerrar este ASE vol. 4, una memorable elección, ya que la creación de Félix J. Palma remata de manera magnífica, con inteligencia y humor, esta interesante antología. "Morir en tu bañera y otras lamentables casualidades" es uno de esos cuentos que uno no llega a olvidar y que de haber tenido un final más consecuente con el desarrollo -el que tiene ya lo es bastante- podría haber pasado por el mejor del año.
En suma, lo que viene a demostrar esta colección de relatos escritos en y por gente de nuestro país es que contamos con autores solventes a la hora de pasar sus ideas al medio escrito, aunque lleguen escasas veces al difícil logro de la excelencia, y que en cuanto a la apetencia de géneros, el terror y la fantasía son más llamativos (o más fáciles, a saber) para los escritores actuales que la ciencia-ficción. Hay que aceptarlo.
Santiago L. Moreno
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