El nombre de Philip K. Dick se ha hecho tan popular en las dos últimas décadas que ha llegado incluso a convertirse en un adjetivo. Curiosamente, el origen de este fenómeno no hay que buscarlo en el mundo literario al que pertenece, sino en el cinematográfico, que de manera incansable ha dedicado sus más recientes éxitos a engrandecer, ya sea por adaptaciones directas, ya por influencias bien marcadas, la figura de un escritor al que siempre obsesionó la percepción de la realidad. Tan desmesurada y prolija fue la incursión del autor en las paranoias de lo irreal y lo verdadero que, hoy en día, lo "dickiano" se ha convertido en una especie de denominación de origen.
Matrix, Abre los ojos, Dark City, Nivel 13 y un sinfín de películas más, además de las adaptaciones de sus novelas originales, no han podido escapar de esa etiqueta que tanto críticos profanos como reseñadores del género no dudan en colocar a cualquier obra que se interne en los procelosos mundos del cuestionamiento de la realidad; toda historia que hable de falsos universos, ya sean virtuales o alucinatorios, está condenada a la consideración de "puro Dick". Para entender el porqué de esta patente, basta con echarle una ojeada a Ubik, uno de los principales logros del mitificado escritor.
El arruinado Joe Chip viaja a la Luna con su jefe Glenn Runciter -cuya difunta esposa se mantiene artificialmente en un estado llamado semivida- y un pequeño grupo de anti-psíquicos para solucionar los problemas que sufre una empresa con algunos telépatas infiltrados. Allí caen en una trampa, auténtico McGuffin que no llega a solucionarse, en la que muere Runciter. A la vuelta del grupo a la Tierra, una extraña regresión parece afectar a la realidad, y tras encontrar varios mensajes de su jefe en los lugares más imprevisibles, Chip comienza a sospechar que quizá el muerto no sea aquél, o que quizás todo sea obra de una nueva agente con extraños poderes, o que tal vez, inexplicablemente, lo que les sucede no sea mas que el producto de un gigantesco engaño. Sus compañeros comienzan a morir uno a uno, y la única solución para escapar del embrollo parece ser un extraño producto: el ubik.
La sensación que deja el libro es semejante a la de un cóctel cuyos ingredientes fueran las ideas contenidas en las películas antes citadas, con la diferencia de que esta obra es bastante anterior, claro. Bien apoyadas en unos personajes con vida propia, las dudas del protagonista sobre qué es verdadero y qué no lo es sustentan una trama bien contada, cuyo continuo misterio mantiene el interés hasta el final, un final en el que Dick sacude por los hombros a quien no hubiera hecho ya una segunda lectura de lo expuesto, alertando al lector sobre cierta posibilidad de trasposición de lo contado a nuestra realidad, haciéndonos buscar en los bolsillos monedas con un rostro distinto al usual.
Ese final, sumado a las breves introducciones de cada capítulo, de las que la última constituye una verdadera obra de arte en el siempre difícil artificio del impacto sorpresa, cambia la concepción de la novela, dotando a lo que se presumía como un ingenioso entretenimiento de suspense de claras implicaciones metafísicas. Dios no es una entidad, no es un ser personificado: es, sencillamente, la salvación. Que cada uno le dé forma propia, ya sea a través de ídolos, ya sea como un sencillo bote de spray.
Lo peor, lamentablemente, en este Ubik, como ya viene siendo habitual en esta colección, es su edición. Solaris Ficción se emperra en destrozar hasta los clásicos con una reprochable falta de respeto hacia quien se gasta en ellos su dinero. Es impresentable la cantidad de erratas y errores de maquetación que presenta el libro, hasta tal punto de que a veces no se sabe quién está diciendo qué por estar las distintas líneas de diálogo seguidas. Esperemos que solventen pronto este abandono.
Sólo hay que seguir las instrucciones.
Santiago L. Moreno
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