Desde que el nombre de Arthur C. Clarke se popularizara mundialmente con la subida a los altares del filme de Stanley Kubrick 2001, una odisea del espacio, la carrera del venerable escritor ha dado alguna obra imprescindible al género, otras novelas de mediana consideración y, en los últimos años, algunos libros verdaderamente plúmbeos, como el inaceptable 3001, odisea final. Perdido en innecesarias continuaciones de éxitos pasados y colaboraciones con otros autores noveles, el británico ha pasado de ser una de las principales voces de la ciencia-ficción a convertirse en un explotador de su, por otra parte, merecida fama.
Así, sus últimas obras resultan ser un compendio de predicciones científicas enmarcadas en historias carentes de profundidad o sentido de la maravilla alguno, que buscan más el camino del best seller que el del verdadero talento. En esta ocasión, la reedición en formato de bolsillo de El martillo de Dios, obra cuyo argumento parte de las primeras páginas de su éxito más señalado, Cita con Rama, nos permite comprobar de manera fehaciente lo anteriormente expuesto.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, Clarke se adelanta al cine con una novela basada en la posteriormente machacada historia de la colisión terrestre contra un asteroide. Kali (curioso nombre, ¿no?) amenaza con estrellarse en nuestro planeta, pero afortunadamente estamos preparados. Robert Singh, campeón de las primeras olimpiadas lunares, comanda una nave en dirección a la cercana amenaza con el objetivo de colocar un gigantesco impulsor de masas que desvíe la trayectoria del coloso. Sin embargo, el proyecto es saboteado por fanáticos religiosos, lo que obliga a buscar otras soluciones. Como aderezo de todo esto tenemos alimentos reciclados, programas de recuerdos virtuales, religiones aglutinadoras y la Ley de Murphy.
Con un estilo muy impersonal, el autor desarrolla, siempre por medio de la narración y de forma fría, un maremagno de futuros adelantos científicos que, sumados a unos personajes totalmente planos, intentan configurar sin éxito una buena historia. Lo que en realidad es una novela de apenas más de cien páginas se convierte mediante los numerosos espacios en blanco (cada página y media), la exigua longitud de los numerosos capítulos y, sobre todo, el tamaño de letra, en un libro de más de trescientas.
Si sumamos los ya habituales agradecimientos del autor -más de veinte páginas-, en los que siempre se dedica a recordarnos sus acertadas predicciones, a colar parte de otra de sus novelas (aquí reproduce completas las tres primeras páginas de Cita con Rama) o a sorprenderse de cuánto se parecen sus ideas a las de otros escritores y cineastas, tenemos como resultado un producto para pasar el rato, entretenido a cachos, de una insulsez notable, que no logra residir en la memoria más de dos días.
Esperemos tiempos mejores.
Santiago L. Moreno
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