Leerse Ender el Xenocida inmediatamente después de los dos libros anteriores de la saga de Ender es estar jugando con la posibilidad de salir de la experiencia con la impresión de que Orson Scott Card acaba de aguarnos una de las mejores series de ciencia-ficción con alevosía y premeditación. Durante mucho tiempo aborrecí este libro, que empañaba la hasta entonces emocionante historia de Ender. Y con esto no quiero decir que sea malo en el sentido en que lo son otros muchos libros que todos alguna vez hemos leído, sino que, por comparación, no alcanza un nivel decente para mantenerse a la altura de los anteriores.
El libro se compone de dos historias que terminan entremezclándose, la del ya conocido planeta Lusitania, donde conviven los pequeninhos, la Reina Colmena y los colonizadores humanos, y la del planeta Sendero, cuyos habitantes viven según las antiguas tradiciones chinas bajo la atenta mirada de los dioses. Es en este planeta donde se encuentran Qing-jao y su padre, Han Fei-tzu, ambos pertenecientes a la élite de los agraciados y con una inteligencia fuera de lo común, aunque obligados a realizar penosas purificaciones por faltas cometidas contra los posesivos dioses.
En Lusitania, los problemas son variados. En primer lugar está el virus de la descolada, que se readapta a cualquier mejora lograda por los avances de los científicos, lo que obliga a mejorar constantemente los viricidas utilizados. Por otro lado está la flota del Consejo, acompañada del Pequeño Doctor (también conocido como Ingenio de Destrucción Molecular) que se dirige al planeta con intenciones poco amistosas. Por fin ocurre lo que todos se temían y el Consejo autoriza a la flota a utilizar el arma contra Lusitania, por lo que Jane, el ente compuesto por las conexiones filóticas de todos los ansibles y decididamente al lado de Ender y Miro (el hijo de Novinha que se quedó paralítico en el libro anterior) decide desconectar todas las comunicaciones entre la flota y el Consejo. Al desconocer lo que ha pasado, se pide a Han Fei-tzu que investigue, y éste a su vez encarga el trabajo a su inteligente hija.
A partir de aquí, los acontecimientos se desatan. Valentine, la hermana de Ender, ha llegado a Lusitania, por lo que Ender no está solo en la labor de encontrar salidas, pero el equipo científico al completo (sin incluir a los cerdis, por supuesto) está compuesto por los hijos de Novinha, con lo que la cosa, aunque pueda ir bien, nunca lo hará suavemente. Todos ellos están terriblemente torturados por los acontecimientos pasados (a Quim, que ha conseguido superarlo bastante bien haciéndose sacerdote, se encargan de torturarlo los cerdis un poco más tarde). Se especula con la posibilidad de acabar con la descolada, así que Quara se chiva a los pequeninhos de que los humanos intentan acabar con su especie, dependiente del virus para su reproducción. Por supuesto, éstos se molestan bastante, y algunos abogan por soluciones muy poco pacíficas. La Reina Colmena se compromete a construirles una nave, además de otra para ella, para que puedan huir antes de que la flota destruya Lusitania. Los cerdis, que se han convertido al cristianismo (!), deciden que la descolada es el Espíritu Santo, y creen que su misión es esparcirla por el resto de la galaxia.
Contar el resto sería largo, aunque las cosas comienzan a ir cada vez peor: Qing-jao descubre la presencia de Jane y convence al Consejo para que desconecten, en un plazo próximo, todas las conexiones ansible para que ésta muera. Los pequeninhos matan a Quim, y los lusitanos, espoleados por Greco, queman parte del bosque de sus compañeros cerdis, incluido el árbol-madre. Los humanos encuentran a los insectores, y sus peores temores se convierten en realidad. Quara, la experta en el virus de la descolada, prefiere que ésta acabe con todos los humanos en el planeta, incluida su familia, antes que destruir la capacidad del virus para intercambiar información. Y para colmo, cuando al fin consiguen diseñar un virus que sustituiría a la descolada como agente de transmisión genética del material cerdi, descubrimos que no puede hacerse...
¿Todo está perdido para los habitantes de nuestro querido planeta? Desgraciadamente no. Y desgraciadamente, porque todo, incluso lo imposible, se arregla al final. La inteligencia de los pequeninhos no depende de la descolada; Greco y Olhado, encerrados en la prisión y sin más ayuda que su cerebro, dan con una forma de viajar más rápido que la luz; el virus mutado de la descolada es construido con sólo pensarlo en un "espacio real irreal" (sic); Miro deja de ser paralítico para volver a recobrar toda sus capacidades; aparecen de nuevo Valentine y Peter, el hermano de Ender (sí, os lo juro), y mientras que Valentine se dedica a curar emocionalmente a la gente del pueblo, Peter parte en una nave más rápida que la luz (que no es más que una caja con asientos) a llevar la curación de la mutación genética provocada por el Consejo sobre los inteligentísimos habitantes de Sendero, para luego intentar detener a la Flota por el método de hacerse con el poder de la galaxia. Jane tampoco morirá, sino que simplemente "quedará medio tonta por una temporada", etc.
Pero bueno, así son las cosas. Todos terminan contentos (incluidos los que se alegren al saber que, al fin, en este futuro remoto, existe un planeta llamado Catalunya), menos los lectores que esperasen algo distinto de este tercer libro de la saga.
Josué Insua Ayuso
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