[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]
Las nieves de antaño
Las nieves de antaño
François Villon
Trad. Gonzalo Suárez Gómez
Nuevas Ediciones de Bolsillo S.L., 2000

Compra este libro en
loslibros.com

La búsqueda de una cita o un título para un futuro relato me llevó por fortuna al encuentro de un autor medieval y francés, François Villon, y al bofetón de su poesía descarnada y jubilosa, profundamente enraizada en su época y, paradójicamente, absolutamente moderna.

Villon, a quien se tilda no sin motivos de ser el primer poeta maldito de la historia, ofrece al lector de hoy una producción naturalista, sincera, de gran observador de su mundo y sus miserias, que son las nuestras. Su vida se convierte en leyenda a través del legado de sus poemas, en especial de su Testamento, recopilado en parte en este librito (existe también una antología de Orbis en 1982 con una traducción -a mi juicio mejor- de Carlos Alvar). Clérigo, poeta, ladrón y asesino, bohemio antes de tiempo, la condena a la muerte en la horca le lleva a redactar este sincero reparto de sí mismo. Intercalando rondeles, epitafios y canciones, La Balada de las Damas de Antaño (cuyo estribillo da título un tanto arbitrariamente a esta mini-antología), El Lamento de la vieja que fue armera o la durísima y desgarradora Balada de los Ahorcados (no incluida en el Testamento original y donde, en un recurso propio de cine de terror, los ahorcados hablan para describir cómo los cuervos picotean sus ojos y el viento los mece, obligándolos a no estar quietos ni siquiera en la muerte) son poemas en estado puro, bellísimas e inquietantes reflexiones sobre la vida y la muerte: a fin de cuentas eso, y no otra cosa, es la misión última de la literatura.

Villon inventó el naturalismo y sacó partido, antes que el Barroco, del tenebrismo. Quizás no el primer poeta que convierte su vida en materia novelesca (ese honor tal vez corresponda a Juan Ruiz, con quien tiene tantos puntos en contacto) pero sí fue capaz de dar forma literaria a sus pecados y debilidades humanas: sabed que no todos los hombres son sensatos, dirá él mismo. El contacto con la muerte inminente (de la que se salvó in extremis, después de lo cual se pierde para siempre de la historia), lo llevó a abrazar la vida, a ser reportero de sí mismo y de su época. Poetas como él morirían siglos más tarde en Grecia contra el invasor turco, o se dejarían matar por conseguir una instantánea en cualquier país en guerra. Consciente de la futilidad de las cosas, en su balada se preguntaría por las nieves de antaño, salpicando su mensaje de los nombres de las bellas damas que la historia no recuerda ya siquiera.

Sin embargo, la mirada de Villon aún perdura.

Yo soy François, lo cual me pesa,
Nacido en París, junto a Pontoise,
Y de la cuerda de una toesa
Sabrá mi cuello que mi culo pesa.

Rafael Marín

[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]