Richard Baedecker es un ex-astronauta obsesionado por su viaje a la Luna en una de las misiones Apolo. Dieciséis años después (y no treinta, como dice la cubierta posterior), en plena crisis familiar tras la huida de su hijo a la India, Baedecker emprenderá un periplo que le llevará a cruzarse con sus compañeros de misión y, poco a poco, a acercarse a algo que se parece a la felicidad.
Podemos suponer que Dan Simmons, autor enormemente popular por la saga de los Cantos de Hyperion, se ha beneficiado gracias a esa fama de un nivel de ventas superior al que correspondería a una novela relativamente modesta como Fases de gravedad. El narrador sigue a Baedecker sin inmiscuirse en su vida, una vida que, con la sola excepción de los recuerdos de la misión espacial, está extrañamente desprovista de sentido. El resultado es que el libro carece de fuerza dramática, sencillamente porque no hay conflicto. Baedecker es un cincuentón divorciado y en crisis, mientras que dos décadas antes era un hombre en la cumbre de su carrera, un piloto de pruebas elegido para la gloria. Eso es todo. Incluso el inesperado flirteo que entabla con la que cree novia de su hijo pierde su carga de controversia cuando resulta que no, que sólo son buenos amigos.
En definitiva, ¿a dónde va a parar esta poco memorable novela? La figura de Baedecker no destaca especialmente por nada, salvo en contraposición con sus dos compañeros. Uno se ha transformado en una especie de telepredicador francamente detestable; el otro y más interesante, un tipo excéntrico capaz de jugar al frisbee en plena misión lunar, ha acabado vencido por la enfermedad. Sólo Baedecker permanece libre para elegir su destino, para descubrir, tantos años más tarde, lo que para él significó la misión. Si hay que buscar una conclusión para Fases de gravedad (y, en cierta forma, es dudoso que la haya), ésta sería que resulta preferible un honrado desarraigo existencial, aun a riesgo de resultar mediocre, que cualquier tipo de certidumbre fanática, aunque pueda llevar a la gloria. El final feliz para los desvelos del insípido Baedecker así parece insinuarlo.
Luis G. Prado
|