En la edición de Miraguano de Criaturas de luz y tinieblas, la propia contraportada nos ofrece una seductora imagen de lo que encontraremos en este libro: nos habla de un General de Acero presente en mil contiendas, desde la guerra de la independencia americana hasta los conflictos con las federaciones estelares, pasando por Stalingrado o el Jarama. Entre otras muchas peripecias, le mataron en Little Rock y le echaron ácido a la cara en Berkeley.
En ningún momento se nos aclara si lo del ácido fue antes o después de que lo mataran, aunque esto es algo que carece de la menor importancia en un personaje de ideales irrenunciables, destrozado y reconstruido miles de veces, unas con cuerpo metálico, otras con cuerpo humano, siempre dispuesto a socorrer a los débiles y las minorías, aunque estén compuestas por un único individuo.
Y sin embargo, este fabuloso General de Acero (y su caballo de ocho patas, Bronce) no es más que un invitado estelar en una obra fascinante, llena de personajes mágicos y aventuras exóticas, incluso surrealistas en ocasiones.
En un universo gobernado por las Casas de la Vida y de la Muerte, con Osiris y Anubis al frente, aparece un personaje al que ambos rivales se verán obligados a temer, pues podría cambiar el orden que impera desde tiempos inmemoriales. No, no es el General de Acero, sino un personaje aún no consciente de sí mismo y que partirá a la aventura con la ayuda especial de algunas criaturas célebres del panteón egipcio -como Horus o Tifón-, de un poeta cuyos poemas desaparecen al poco de escribirse, de un sacerdote que no sabe cómo orar a una entidad suprema que no sabe si existe, si le escucha en caso de existir, o si le importa siquiera... y, cómo no, del propio General de Acero.
Los peligros: combates de fuga -una modalidad de lucha en el tiempo delirante que amenaza por acabar superpoblando los planetas-, perros monstruosos, hordas de sacerdotes eunucos embrutecidos por las drogas, los propios dioses e incluso seres aún más poderosos que éstos.
Una odisea tal vez demasiado breve en la que Roger Zelazny vuelve a demostrar por qué es uno de esos pocos autores capaces de garantizarnos la sorpresa y la maravilla, algo que en esta obra se disfruta a cada página, de la mano de un estilo original, quizá poco ortodoxo pero elegante y pleno de frescura, que convierte Criaturas de luz y tinieblas en una lectura deliciosa y absolutamente recomendable.
Oscar Cuevas Vera
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