Dos esquemas algo gastados se entrecruzan en esta novela. Por un lado, el planteamiento de un mundo que resulta la extrapolación de un entorno cultural concreto ya conocido (¿alguien, aparte de Jack Vance, ha concebido alguna vez un planeta tan variado como la propia Tierra?), en este caso la Grecia medieval; por otro, el típico argumento cardiano de adolescente elegido, mesías inconsciente de sus propios potenciales, sobre el que poco más se puede comentar si no es para subrayar una vez más su carácter de fantasía masturbatoria.
Immakulata es un mundo sin metales en el que los humanos conviven con otras tres razas humanoides de origen oscuro. La protagonista, Paciencia, va descubriendo cómo está destinada (como séptima hija de dos séptimas hijas, ¿os suena?) a ser la regidora suprema del planeta Immakulata, pero es perseguida por el poder usurpador. Además, sufre una irresistible llamada que le impulsa a copular con el Unwyrm, un temible ser superviviente del distante pasado en el que los terrestres llegaron a ese mundo.
Paciencia ha sido preparada por su padre, el auténtico heredero al trono, como una especie de superespía capacitada para absolutamente cualquier cosa y no tiene problemas para echarse a la carretera para cruzar medio mundo en busca de su amante alienígena. Tras unas primeras páginas de mucha intriga cortesana y mucha tensión, la novela se convierte en su práctica totalidad en un viaje a través del planeta. Por el camino vamos viviendo las inevitables peripecias de cualquier obra fantástica de viaje: a la comitiva se van uniendo personajes (desde una cabeza separada de su cuerpo que trabaja como piloto fluvial hasta un gigantón silencioso que acaba resultando una especie de taoísta) con los que Paciencia tiene formativas conversaciones; los obstáculos son superados uno tras otro (son vencidos invencibles bandidos y atravesados innaccesibles parajes); algunos misterios son desentrañados y otros se van abriendo a la espera del final; contemplamos bonitos paisajes extraterrestres. Todo para llegar a un final no especialmente sorprendente.
La obra tiene algún momento de buen pulso e interés, instantes de tipismo cotidiano en los que recuerda al Libro del Sol Nuevo de Wolfe, algún detalle de fondo sugerente y poquita cosa más. La protagonista es un personaje heroico-torturado bastante estándar que permite al lector medio identificarse sin dificultades con ella y disfrutar por tanto como propios sus muy mesiánicos problemas.
Entre la crítica más intelectualoide se cita habitualmente a Wyrms como una de las novelas de Card menos tramposas en comparación con los Enders, aunque me temo que en el fondo no se trata más que de otra cucharada de lo mismo, aderezada con algo más de originalidad. Interesará a los seguidores del autor pero aburrirá mortalmente a sus detractores.
Julián Díez
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