Nuevo siglo, nuevo milenio, y el Apocalipsis sigue empeñado en hacernos esperar. Quien no ha faltado a su cita es el nuevo volumen de esta popular antología fantástica española. Una nueva entrega de Artifex Segunda Época que presenta nueve aportaciones de temática variada y autorías diversas, además de una introducción en extremo interesante. Lejos de pontificar, los editores se limitan a señalar un asunto que algunos ya teníamos bastante claro: en el mejor momento de la historia del fantástico español, la madre del cordero, la ciencia-ficción, corre el riesgo de quedarse descolgada. La falta de motivación, pericia o vayan ustedes a saber qué está provocando una mixtificación e incluso omisión de un género que, sin embargo, es el de más calado entre los aficionados a la literatura de lo extraño. Víctima de los tiempos del mestizaje y la abulia producida por el exceso tecnológico, la ciencia-ficción comienza a boquear de manera peligrosa, ya sea por falta de imaginación en los países anglófilos o por poca presencia en el nuestro, donde, además, lo poco que hay se adscribe al omnipresente subgénero ciberpunk. Échenle un vistazo si no a las distintas colecciones de cuentos que por aquí solemos reseñar.
Entrando en materia, este volumen esgrime la siempre esquiva bandera de la regularidad. Si bien la calidad individual de los cuentos es ligeramente inferior a la de números anteriores, la valoración media que se puede extraer del conjunto es uniforme, sin grandes altibajos. Las inquietudes estilísticas siguen primando sobre las ideas de fondo, en algunos casos con resultados francamente sobresalientes, como en el borgiano cuento de Lorenzo Luengo "La paradoja de Barthes", un divertimento que homenajea al maestro argentino con habilidad. Al contrario que en "La piel que te hice en el aire", de Rafael Marín, una ñoña tragedia de amor homosexual carente de diálogos en la que de nuevo vuelven a ser más importantes sus conocimientos del decorado, en este caso la "movida" madrileña, que el entramado fantástico que, todo sea dicho, es interesante pero no aparece hasta ya bien pasadas las primeras veinte páginas.
Dos sensaciones contrarias se dan cita en un mismo relato. En "El hombrecillo de la maceta", Alejandro Carneiro logra una de las dos notas más altas de este volumen gracias a las divertidas andanzas de un liliputiense urbano y su atolondrada casera, pero la irritante ausencia continua de cierta preposición logra sacar al lector de sus casillas aún más que el citado enano.
Sendos escritores habituales de esta colección dejan una vez más buen sabor de boca con sus aportaciones. Ramón Muñoz vuelve a demostrar con su habitual eficacia que es un autor de propuestas interesantes, aunque en "Bajando", historia de interrelación entre especies inteligentes, prometa más de lo que finalmente da. Eduardo Vaquerizo presenta en el interesante "Soñando del revés" un ciberpunk camuflado, con el ciberespacio transformado en un entorno onírico de aspecto semejante.
Cuatro cuentos más cierran este número cinco de ASE. El dickiano y satisfactorio "Cuerpos", de Pedro Pablo García May; el quizá demasiado conciso "Ojos aguamarina", de Julio Septién; "La mansión de los umbrales infinitos", un Cube literario de José Carlos Canalda, más interesante en su final que en su comienzo, y "Obra maestra", del jovencísimo Francisco Ontanaya, una versión del Mantis benfordiano trasladada a términos humanos que maneja de manera confusa los tiempos de la narración.
Una antología que, como siempre, acerca al lector a la realidad del fantástico español actual, y que, también como siempre, le deja a la espera del próximo número, allá por la aún lejana estación otoñal.
Santiago L. Moreno
|