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Efímeras
Efímeras
Kevin O'Donnell Jr.
Título original: Mayflies
Trad. Albert Solé
Col. Ciencia Ficción nº 80
Ultramar Editores, 1989

Kevin O'Donnell Jr. es conocido por ser el autor de uno de los clásicos modernos de la ciencia-ficción, Ora:cle, una novela divertida y bien escrita que constituye el mejor ejemplo de que la cf puede resultar efectivamente prospectiva. Y es que aunque no sea ésa su labor (ni falta que le hace), un reproche frecuente de las opiniones menos informadas señala el "fracaso" de la cf en anticipar, por ejemplo, el uso de los PCs. Ora:cle compensa por ese fracaso (por otra parte inexistente) mediante una descripción de una sociedad unida por la Red tan realista que sólo puede calificarse de profética.

En Efímeras (hermosa traducción del título original, Mayflies), O'Donnell entronca con una de las ideas tradicionales de la cf: la nave generacional. Como en otras obras del género, la nave Mayflower, un hábitat que aloja a una multitud de seres humanos preparados para colonizar Canopus, es lanzada al espacio y (en este caso por un fallo del motor) su camino hasta su destino lleva tantos siglos que a bordo se suceden las generaciones, con sustanciales cambios sociales e inevitables caídas en la barbarie.

O'Donnell añade a este esquema la presencia de un ordenador biológico, un cerebro humano reprogramado que controla toda la nave y en cuyo interior se libra a lo largo de los siglos una lucha sorda pero cruenta entre el Programa, es decir, la nueva configuración impuesta, y el fantasma del doctor Metaclura, la personalidad original del cerebro. El triunfo final de este último resulta imprescindible para que la relación entre el ordenador inmortal y los efímeros tripulantes del Mayflower se configure como una tiranía benevolente, después de que todas las formas de gobierno intentadas por los humanos hayan fracasado.

Pero como sucedía en Ora:cle, que en principio se presentaba como la crónica de un mundo cerrado sobre sí mismo, O'Donnell no puede resistirse a introducir emoción en la trama mediante elementos externos. Si en su novela sobre la Red se trataba de los ataques de los misteriosos alienígenas alados que habían invadido la Tierra (único rasgo extravagante en una especulación política y sociológica por lo demás, como hemos dicho, de lo más plausible), en Efímeras lo exterior aparecerá en forma de visitas periódicas de naves extraterrestres que van desde lo auténticamente terrorífico hasta lo pacífico, y aun lo ligeramente hippioso. Resulta especialmente escalofriante el asalto que recibe el Mayflower por parte de unas entidades lectoras de mentes, pero la sensación de maravilla se diluye cuando finalmente la nave se encuentra navegando hacia su destino rodeada, literalmente, por docenas de naves de diferentes especies.

O'Donnell ha echado el resto en esta novela y ha intentado abarcar toda la experiencia humana, tanto política como emotiva, con notables dosis de pesimismo sobre la capacidad de los seres humanos para intentar ser felices sin perjudicar a los demás. El tono del libro, como corresponde a su narrador semi-humano, es despegado y frío, salvo cuando se describen las enormes conflagraciones metafóricas entre el Programa y Metaclura. Pero Efímeras emociona, especialmente cuando asistimos a la tiranía del ordenador (que alcanza extremos verdaderamente repugnantes, como una breve etapa religiosa en la que se hace servir por un sumo sacerdote cuyo cerebro acaba convertido en ordenador auxiliar), o cuando vemos desde el punto de vista de Metaclura los mil y un vanos intentos que llevan a cabo los humanos de alterar su ferrea programación (uno de ellos, por cierto, siguiendo el esquema, frecuente hoy en día, de los ataques de denegación de servicio).

No obstante, Efímeras se queda a un paso de ser una gran novela a causa de su indefinición final: el viaje termina cuando parte de la tripulación se instala en Canopus, pero no sabemos nada de la posibilidad, apuntada un par de veces como algo cierto, de que naves con impulso MRL se les hayan adelantado. Y los encuentros con extraterrestres, que hubieran podido sostener otro final, pasan rápidamente, como señalé antes, a ser algo rutinario y un punto ridículo cuando aparecen aliens simpáticos. Por último, la velocidad a la que el ordenador narra los acontecimientos, que es uno de los hallazgos estilísticos de la novela, resulta contraproducente cuando obliga a simplificar en alguna medida lo que sucede. Así la novela pierde épica para ganar un regusto amargo, lo que por otra parte puede que haya sido exactamente lo que O'Donnell pretendía.

Luis G. Prado

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