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El amor en los tiempos del cólera Lecturas nostálgicas
2001: una odisea sentimental

El amor en los tiempos
del cólera

Gabriel García Márquez
Col. Narradores de Hoy nº 100
Editorial Bruguera, 1985

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Dicen que los conversos son los peores, y yo soy un buen ejemplo. Pasé una adolescencia jerezana perfectamente freakie en lo literario (y no hablemos de tebeos...), siguiendo con entusiasmo la carrera de excelsos tochistas, ante o post mortem, como Tolkien, Asimov o King. Sí: yo fui un bestsellero adolescente. Buscaba la emoción en las historias, el traído y llevado sentido de la maravilla, y, habiendo pensado siempre que uno lee por puro placer, rechazaba los textos que me pusieran alguna dificultad para entrar en la narración... o que yo creyera a priori que me la iban a poner. De la misma manera, deslumbrado por la creatividad anglosajona, encontraba difícil de creer que alguien pudiera satisfacerme tanto escribiendo directamente en español, una lengua que me parecía patéticamente pobre en comparación con el flexible inglés de mis ídolos.

Y entonces sucedieron tres cosas: conocí a Alfredo Benítez, que eran tan o más freakie de la cf que yo, pero tenía gustos más maduros; a través de él, a Félix Palma, que escribía (y escribe) "bonito" y en español... ¡y lo que hacía me gustaba! Y finalmente, sin relación con lo anterior (o quizá sí, quién sabe), apareció García Márquez.

Por entonces ya había empezado a estudiar Derecho en Madrid, y vivía en un colegio mayor cerca de la Plaza de Castilla. Salía con una chica del colegio que, como casi todos los residentes, vivía en una habitación doble. Su compañera estudiaba periodismo, y un día, mientras yo esperaba en su cuarto a que mi novia volviese, me puse a echar un vistazo a sus libros. En su estantería había un García Márquez que había visto en casa de mis padres, pero al que, fiel a mis principios de no leer más que lo que quisiera y además lo más masticadito posible, no había hecho mucho caso: El amor en los tiempos del cólera. Como no tenía otra cosa que hacer, y a fin de cuentas afición a los libros he tenido siempre, lo abrí y comencé a hojearlo. Quince minutos después, era un converso.

Si esto suena como un shock, es que lo fue. Por primera vez, me di cuenta de que las palabras no servían sólo para transmitir significado, como si fueran una vía (y al mismo tiempo, una barrera) entre el autor y el lector, sino que tenían peso y sustancia por sí mismas. ¡Esas palabras olían! Pedí prestada la novela y la recorrí con el entusiasmo de los descubrimientos hasta llegar al final, que todavía hoy me parece uno de los más perfectamente cerrados de García Márquez. Cuando la terminé, una puerta se había abierto: nunca más tuve recelos hacia lo escrito en castellano; al contrario, me puse a buscarlo activamente, tanto para mis lecturas (aunque, quizá por un resto de desconfianza, tiré primero por los sudamericanos: más García Márquez, por supuesto, y también Cortázar, Vargas Llosa, Bryce Echenique o Cabrera Infante) como para la incipiente actividad de editor que ya entonces llevaba a cabo, y que condujo directamente al Artifex Segunda Época que puede leerse hoy en día.

He releído por primera vez (pero ésta en el viejo ejemplar de mis padres) El amor en los tiempos del cólera para escribir esta columna, y todo lo que encontré la primera vez sigue allí: un uso prodigioso del lenguaje, una tremenda capacidad evocadora y la sensación de intemporalidad, de leyenda, aunque lo narrado se sitúe perfectamente en el tiempo. Con perspectiva, es posiblemente una novela más estructurada de lo que me pareció en un principio. Sigue las existencias paralelas de dos pequeñoburgueses en una ciudad que es y no es Cartagena de Indias en el cambio de siglo, dos enamorados juveniles que se separan y viven largas vidas antes de reencontrarse, quinientas páginas después, en la vejez; estas tramas paralelas le sirven a García Márquez para elaborar un catálogo de los usos, tipos y maneras del amor, en todas sus formas y manifestaciones.

Pero todo esto, que está ahí, no es lo que yo recordaba mejor del libro. Lo que ha permanecido a lo largo de los años (aparte de algún préstamo involuntario que ahora me ha sorprendido encontrar) es el gusto de las palabras, de esas magníficas enumeraciones de sabor antiguo y colonial, y el paciente y certero uso del término justo, el inevitablemente apropiado; y también el sentido rítmico del lenguaje, la capacidad para elaborar larguísimas frases siguiendo su propio aliento y creando belleza. Esa es la herencia que El amor en los tiempos del cólera ha dejado en mí, y la razón por la que, para bien o para mal, permanecerá siempre conmigo.

Luis G. Prado


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