Esta novela nace con un serio handicap de salida: la comparación con una obra maestra del género. Inconveniente éste que, a diferencia de otros casos, no parte de la conciencia del lector, sino de un expreso deseo tanto del autor como del editor.
El primero, por titular esta nueva novela con un nombre casi clónico; justo el antónimo. El segundo, por prometer -tanto en contraportada como en la introducción- que esta novela es una versión actualizada de la escrita por el autor hace veinte años. Me refiero, como todos saben, a La guerra interminable. Pronto ese handicap desaparece, porque nos damos cuenta enseguida que el parecido empieza y acaba justamente en el título, y decidimos cambiar el chip. No tienen nada que ver, no sólo en argumento, sino desgraciadamente tampoco en calidad.
Personalmente, suelo considerar tres aspectos a la hora de conformar mi opinión sobre un libro, tres elementos que son fundamentales en su creación. El primero es la idea central, lo que queremos expresar. El segundo, el cómo; la historia de la que nos vamos a servir para hacer llegar esa idea al lector. El último es, simplemente, el estilo.
En cuanto al tercer apartado, que suele suponer la diferencia entre acabar un libro y no acabarlo, la realidad es que no tengo pega ninguna. Haldeman siempre ha escrito bien, y lo sigue haciendo. Paz interminable no es un libro pesado de leer, aunque haya veces en que las cosas no quedan muy claras, y además he de confesar que, al contrario de lo que parece ser la norma, el libro me ha gustado más al final que al principio. Creo que lo que es interminable son las doscientas primeras páginas, en las que no sucede nada. A mitad de novela no recordamos que hayan pasado grandes cosas, y eso mata la curiosidad del lector.
Paz interminable no es, como digo, un libro pesado, pero sí aburrido. Es aburrido porque el segundo elemento de la configuración falla. La historia a través de la cual nos llega la información es, aparte de terriblemente alargada, totalmente falta de carisma; no engancha. Los personajes no llenan en absoluto, tienen repentinos ataques de incongruencia consigo mismos, y son extrañamente "mágicos". Haldeman ha querido contar el cambio total de la Humanidad a manos de un reducidísimo círculo de amigotes, quizá porque no ha sabido hacerlo de otro modo, y al lector le ronda en el cerebro continuamente la ley de la casualidad. Todos "saben" de repente qué cosas hacer y cómo hacerlas, y no se paran ni un instante para recapacitar sobre lo que suponen sus acciones. El grupo y sus habilidades está elegido demasiado a gusto de lo que luego tienen que hacer.
En cuanto a la pretendida maravillosa extrapolación socioeconómica de la que se habla en la portada, aparece en dosis tan pequeñas y tan mal descritas que no es en absoluto significativa. El mundo que nos relatan no es ninguna novedad; es como el verdadero, pero llevado unos años adelante en el tiempo (todos sabemos que el Primer Mundo cada vez será más rico, y el Tercero más pobre). La maravillosa "máquina para todo" de la que habla sin parar el editor, es decir, la nanofragua, podría haber dado para un maravilloso relato especulativo, pero se queda, por falta de ánimo del autor, en una simple "lámpara maravillosa" de la que nuestro protagonista saca un bonito collar para su novia, y de la que no tenemos ningún tipo de información técnica.
Todo lo dicho anteriormente me da una inmensa pena, porque el primer elemento del que hablaba, el que solía ser fundamental en la cf de antes, es decir, la idea, me parece verdaderamente interesante. Es el verdadero centro de una novela que, con mejores instrumentos, hubiera sido grande de verdad. La pregunta que se nos plantea es extraordinaria y dolorosamente válida. ¿Merece la pena arrancar de raíz la peor cualidad humana si eso supone dejar de ser humanos? Haldeman trata de involucrarnos en la causa, haciéndonos partícipes de una cruzada cuyos objetivos están muy claros moralmente, pero cuyos medios no tanto. Nos sentimos empujados a mostranos de acuerdo con un bando que no es claramente bueno o malo, aunque haya otros peores. Entramos en el peligroso razonamiento del dictador que realiza sus actos de fascismo "por el bien del pueblo", pero sin consultarle. Como decía al principio, es una idea fascinante, y sin duda ha empujado a Haldeman hacia el Hugo, aunque para mi sin merecerlo, porque Paz interminable, en resumidas cuentas, es un libro aburrido que trata de manejar un tema inmenso, fracasando en el intento.
Santiago L. Moreno
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