Visitar el planeta Tschai supone, además de encontrarse con ese lugar de aventura que el propio título indica, reencontrarse con el sentido de la maravilla de la mejor ciencia-ficción. El punto de partida: la nave terrestre Explorador IV alcanza un planeta inexplorado siguiendo una emisión de radio desconocida emitida hace doscientos años, y envía dos exploradores a sus superficie.
El planeta Tschai resulta estar habitado por diferentes y misteriosas razas: los Chasch (divididos en Verdes, Azules y Antiguos), los Pnume, los Dirdir, los Whakh... y, extrañamente, humanos. Sólo que estos últimos están sometidos a las cuatro razas anteriores, sea bajo la fórmula de híbridos esclavizados o la de hombres precariamente libres y temerosos de esas cuatro razas alienígenas.
Pero el protagonista, un explorador de múltiples recursos, no está dispuesto a aceptar la situación. Como dice a sus hermanos en uno de esos inolvidables momentos con que cuenta todo buen libro: ¡Somos hombres! ¡No lo olvidéis nunca! De este modo, durante su viaje tomará contacto con algunos de estos hombres esclavos, así como con tribus nómadas, órdenes religiosas y fanáticas, caravanas comerciales... y, en este libro, con una de las cuatro razas que dominan Tschai: los Chasch.
Es éste uno de esos libros en los que suceden cosas, y muchas, en un planeta tan seductor como peligroso plagado de contrastes, con carros arcaicos tirados por bestias, gentes armadas con espadas y ballestas, pero también con pistolas láser, rifles lanzaarena o aerodeslizadores. Aunque no es la acción trepidante el único motor del libro. Los alienígenas son exóticos y extraños, incomprensibles aun para los humanos del propio Tschai, pero enormemente coherentes y bien trazados. Los personajes están vivos; son hijos de su mundo que reaccionan ante éste y evolucionan con la llegada de ese extranjero tan extraño para ellos... y todo esto sucede en el que no es más que el primero de cuatro libros.
Una lectura deliciosa y recomendable, sin duda, plena de aventuras y épica. Porque, pese a que su portada pueda llevarnos a pensar que se trata de un libro de género fantástico, se trata de ciencia-ficción de la buena, rebosante de ideas y de ese sentido de la maravilla que tanto nos ha hechizado desde siempre a los lectores del género. Un verdadero motivo de reflexión ante algunos escritores contemporáneos que nos martirizan con ladrillos de quinientas páginas que giran en torno a única idea.
Como última observación, querría recomendaros que no leáis el texto de contraportada hasta haber llegado al menos a la página 25: en ocasiones se revelan hechos y puntos de giro fundamentales que el lector agradecerá descubrir por sí mismo. El derecho a la sorpresa, podría llamarse, y dicho texto es uno de esos lamentables casos en que parece negarse este derecho.
Óscar Cuevas Vera
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