Un Dick apático y menor
Lotería solar (1955) es la primera novela de Dick, y se nota. En ella encontramos un Dick apenas paranoico y muy alejado de los delirios y obsesiones que le dieron fama en sus novelas más sublimes. No obstante, ya se adivinan algunas de sus líneas maestras, como el personaje del predicador visionario John Preston o el surrealista viaje estelar de los fanáticos seguidores de la secta prestonita.
En el atemporal universo de la Federación de los Nueve Planetas (del sistema solar) un nuevo Presentador, una suerte de presidente mundial cuya función principal es la de administrar los diversos juegos de azar que dominan la sociedad, es elegido por un sistema que aparentemente elimina toda lucha por el poder y proporciona iguales oportunidades a todo el mundo: la lotería. Pronto se ve que incluso este sistema no está exento de manipulación y hasta la misma teoría del azar se intenta subvertir para conseguir el preciado cargo. A priori, un argumento tan absurdo y personal como cualquier otro de Dick.
La sociedad reflejada en la novela está muy avanzada tecnológicamente (¡Dick conocía el Principio de Indeterminación de Heisenberg y hasta se permite cameos como asignar al científico alemán de la II Guerra Mundial Von Neumann la paternidad del Gran Juego!) pero socialmente es un mero calco de la americana de los años 50: los roles sociales y sexuales, las relaciones humanas, los anhelos del ciudadano medio, las fiestas de sociedad... Igualmente, la mayoría de personajes parecen tomados de convenciones del cine negro: el magnate de turbios manejos, la secretaria sexy de fuerte carácter, los guardaespaldas (transmutados en brigada de telépatas), etc. A este respecto, la novela funciona mejor como reflejo de una época que como narración futurista; hace falta algo más que imaginar que la moda femenina es llevar los pechos desnudos para denotar modernidad, por ejemplo evitando papeles sexistas como los de secretaria/acompañante, no excluir a las mujeres de participar en el Gran Juego como Asesino Público o dejar de remarcar tozudamente que la mayoría de personajes fuman compulsivamente. Aunque hay que reconocerle el valor de la integración racial en aquellos difíciles tiempos.
Sorprendentemente, el protagonista que socavará los cimientos de esta sociedad es un héroe al uso de la época pulp, un científico desencantado con el sistema, pero que a la vez cree profundamente en él y achaca los fallos a la manipulación humana. Es leal a este ideal en un mundo en que las lealtades se compran y guardan en una ficha personal, garantizando al siervo posición, seguridad y comodidades a cambio de trabajo y fidelidad incondicional. Junto con Ted Benteley, un ramillete de personajes salidos de la novicia pluma del autor interaccionan en variadas líneas argumentales y evolucionan a la par que los acontecimientos: sienten, reaccionan, se equivocan, mueren...
Como sello habitual de la casa Dick, algunas líneas argumentales secundarias quedan sin cerrar: el futuro incierto de la colonia prestonita, la ubicación real del Disco de Fuego, el destino final de Preston, la motivación de la acción final del antagonista Moore... O naufragan en desconcertantes incoherencias: si el personaje sintético no podía entrar en el Círculo Interior del Directorio destruyendo las paredes de rexeroide, tampoco le debiera estar permitido salir usando tal procedimiento. Por último, llama la atención el uso de variados gadgets tecnológicos como los robots multiusos MacMillan (que sirven tanto para limpieza como para conducir aeronaves), gigantescos ordenadores gestionados por anacrónicos cuadros de luces (herencia de la su época) o un curioso invento llamado ípvic, un auténtico comunicador instantáneo similar al ansible que también hace las veces de receptor de TV y vídeo.
Como siempre, la traducción de Minotauro es excelente, moderna y sin apenas fallos dignos de mención (salvo la exasperante repetición de expresiones "¡Dios mío!" y "Oh, Señor"; llegué a contar más de diez y no siempre venían al caso). Una novelita breve, ágil, que sabe hacer buen uso del diálogo para profundizar en la trama y no cargar demasiado peso en la narración, pero por lo demás totalmente intrascendente. Aun así, ofrece bellos momentos plenos de sensibilidad, como la descripción de la muerte de un telépata, junto a otros aburridos y superfluos, como el pleito legal final o el decepcionante viaje estelar. Para ser (dicen) el mejor Dick que aún permanecía inédito, el resultado final no es todo lo brillante que se esperaba, aunque no defraude completamente.
Mariano Villarreal
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