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El otoño de las estrellas
El otoño de las estrellas
Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero
Col. Nova nº 147
Ediciones B, 2001

Mimetismo anglosajón

Publicar profesionalmente una novela de ciencia-ficción en España es una tarea arriesgada. Publicar profesionalmente una novela de ciencia-ficción hard es una tarea doblemente arriesgada. Pero publicar profesionalmente una novela de ciencia-ficción hard y escrita por autores españoles no sólo es doblemente arriesgado, sino que merece todos nuestros respetos. Y si la novela está bien escrita, tiene mensaje, es original y trasciende la mera narración de hechos para introducirse en la conciencia colectiva de los aficionados se convierte en todo un clásico. Al Otoño de la estrellas, desgraciadamente, le falla esta última parte.

En primer lugar, el excesivo mimetismo anglosajón (copiando sus virtudes y defectos) resulta un lastre difícil de remontar. No es suficiente pretender emular a Stephen Baxter para escribir una buena novela de temática hard, es necesario dotarla de buenas ideas, buenos personajes, buenas líneas de acción y, sobre todo, buen acabado literario y técnico. No basta un texto más o menos actualizado sobre cosmología, el escatón, el destino final de la humanidad en el cosmos, posibles razas extraterrestres o la teoría sobre multiplicidad de universos; es necesario también, y sobre todo, que los personajes estén vivos, evolucionen conforme a la trama de forma creíble y que todo ello confluya en un final atractivo y coherente. Además, para resultar sincero, el autor debe usar un estilo propio, personal, una voz de la que la novela carece, al igual que de la mayoría de elementos anteriores, lo que se hace patente a medida que se avanza en la lectura.

Estructuralmente, los intentos por dotar de profundidad a los personajes resultan torpes e insuficientes, siendo los diálogos la parte menos satisfactoria por cuanto no resultan naturales (no hay más que leer la escena del reencuentro del astronauta perdido con su mujer: carece absolutamente de emotividad). Las dos historias relatadas en paralelo contienen demasiados elementos disímiles y permanecen divergentes demasiado tiempo, por lo que su inevitable unión -después de una más que interesante primera mitad- resta trascendencia a la visión global. Además, la narración se resiente por la desidia en el uso de las herramientas propias de la literatura, porque al fin y al cabo de una novela se trata y por reglas literarias debiera siempre regirse.

Por supuesto, no todo es negativo en este libro y si inicialmente lo he juzgado con severidad es porque se trata de una novela importante a la que sin duda se le debe exigir mucho más. Hay mucha ilusión y muchas horas de esfuerzo invertidas en ella y el resultado es cuando menos satisfactorio. Ciertamente, no es una obra perfecta pero atesora no pocas virtudes; entre otras, el saber explicar de forma comprensible para un profano principios de divulgación científica avanzada: así, las modernas teorías de la astrofísica se dan la mano con aspectos filosóficos y especulativos sobre el origen de la vida, terraformación, nanotecnología, etc., un compendio de ideas realmente interesante pero no siempre bien engarzado en la trama y que entorpece en demasiadas ocasiones el flujo narrativo (por cierto, hablar de animales -en vez de organismos- unicelulares...).

En el plano argumental, se observan dos líneas de acción claramente diferenciadas: una primera, mas tradicional, romántica y aburrida, centrada en la búsqueda de un personaje femenino excesivamente idealizado por el alter ego del autor de "Lo que un hombre debe hacer" (BEM 56), y otra cosmológica, mucho más elaborada e intelectualmente sugerente. En esa primera historia, cuyo capítulo inicial precisa una reescritura urgente, atrae especialmente el misterio de Geria: la descripción de una climatología hostil, un hábitat planetario extremo y mortal que ya describiera Rodolfo Martínez en su espléndido Tierra de nadie: Jormungand. Adicionalmente, la novela pretende ser una sátira de la religión, utilizando para ello personajes que justifican sus acciones basándose en la fe y siendo partícipes sin saberlo en una gran broma a escala cósmica; un posible y retorcido homenaje al grandioso Cántico por Leibowitz de Miller. En cualquier caso, llamar religión a la de los buscadores de gerios resulta excesivo (en ningún momento aparece divinidad alguna); mito quizá sea el término más adecuado.

La segunda línea de acción es más rica en matices: la humanidad se ha extendido allende el sistema solar y ocupa una esfera de cuatro años luz, la nanotecnología ha hecho posible la producción de tantos bienes como sean necesarios, los agujeros de gusano comunican y vertebran la compleja sociedad resultante y la hermandad de la mente unifica bajo un mismo nombre a la Humanidad. Es aquí donde se refleja el verneano propósito de instruir deleitando, donde aparecen la mayoría de aspectos divulgativos del libro y donde la idea de trascendencia está omnipresente. Ambas líneas de acción se yuxtaponen en cierta forma para que los autores jueguen con el equívoco y sorprendan al lector; sin embargo, enseguida nos percatamos de que tanto los anhelos humanos como el empleo de la omnipresente nanotecnología son diferentes, lo que induce a pensar rápidamente en planos espacio-temporales distintos.

Un detalle que llama sobremanera la atención es el excesivo optimismo, rayando en la ingenuidad, que exhiben los autores respecto al hombre futuro y la sociedad en la que habita. En la novela, gracias a los descubrimientos en gerontología, los humanos son prácticamente inmortales, no trabajan si no es su deseo, viven, aman, viajan, aprenden y se dedican a menesteres diversos y eternos, adoptando la forma física que deseen. Una especie de milagrosa utopía socialista donde los recursos son compartidos de forma pacífica y los conflictos sociales pertenecen al pasado, olvidando que si algo caracteriza al ser humano es su espíritu de lucha, su complejidad y contradicciones, su ambición, elementos que nunca aparecen reflejados en la obra; igualmente, no se reflejan las diferentes comunidades o facciones humanas, que hubieran dado más riqueza al texto. Por otra parte, se afirma que las mismas personas han habitado el cosmos cientos y miles de años y, sin embargo, sus esquemas mentales no sólo no se han quedado anquilosados en una determinada época (normalmente en su juventud) sino que han evolucionado con él. Desde mi punto de vista, esto es una nueva visión errónea, y a la realidad me remito.

En resumen, una novela ambiciosa que se queda en interesante por no cumplir la máxima de que para escribir una buena novela es preciso novelar bien, y en la que sobre todo falta un estilo propio, que a la postre y ante una misma idea es lo que diferencia a un autor de otro. Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero son dos autores prometedores, pero no alcanzan a disputar a Juan Miguel Aguilera y Javier Redal la corona de la ciencia-ficción hard española.

Mariano Villarreal

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