Aunque desde los tiempos de Menéndez Pidal y su Historia general de las literaturas hispánicas se haya tachado a la literatura española de proverbialmente realista, no es menos cierto que tal aserto se enuncia a despecho de un número significativo de obras fantásticas. De unos años a esta parte, círculos académicos y estudiosos vocacionales están ejerciendo una encomiable función desmixtificadora, concentrando sus esfuerzos en el terreno de la ciencia-ficción al rescatar del olvido novelas españolas surgidas en los albores del género, como El anacronópete, de 1887 y donde Enrique Gaspar describía una máquina del tiempo, o las que pergeñó el Coronel Ignotus en los años veinte. Son ambos casos ejemplos fehacientes de esta variante autóctona, en la que, a raíz de la Gran Guerra, predominaron las ucronías.
En el ámbito de las lletres catalanes tampoco pasarían desapercibidos los retos que planteaba una sociedad en vertiginoso cambio. A El llamp blau, de 1935, o Retorn al Sol, de 1936, que jugaron con temáticas tales como armas futuristas o un invierno radiactivo, hay que sumar la seminal Homes artificials, de Frederic Pujulà i Vallès.
Publicada originalmente en 1912 en la Biblioteca Joventut, Homes artificials partía de un cuento anterior del autor, "El Codi de la No-Llei o el radical Doctor Pastetes i el sopar de la marquesa intel.lectual", que viese la luz en 1904 y que luego se integraría en el segundo capítulo de la novela. A decir verdad, el primer y último capítulo del volumen desempeñan el papel de prólogo y epílogo: el sujeto protagonista, el doctor Pericard, se persona en el bufete de un abogado a fin de obtener un veredicto que descarge su conciencia. El resto de las páginas se centran en la narración en boca del propio Pericard, que oficia de alter ego de Frederic Pujulà, al tiempo que transmite el desencanto del escritor: el fracaso de Pericard es también el de Pujulà y el de sus ideales modernistas de transformar el mundo. Así, la sustancia que disuelve los tejidos para, en disparatada invención, equiparar a todos los humanos en su desnudez, llevará la anarquía al pueblo que sirve de impúdico laboratorio de campo. Todavía más estrafalario será el resultado de sus escarceos con la genética: una foca con alas saldrá de la incubadora para espanto del demiurgo.
Es con la creación de unos hombres artificiales cuando el doctor piensa ver colmadas sus aspiraciones. En un proceso de fecundación en el que Pujulà hará gala de una vena satírica y escatológica típicamente mediterránea, Pericard alumbrará once retoños bautizados con las letras del alfabeto griego. Después, en un proceso no exento de sorna, acelerará el crecimiento hasta que alcancen los veinticinco años de edad: inoculará hemoglobina bajo una presión de 10.000 kilogramos por célula, ya que es la equivalente a veinte años de esfuerzo en el cuerpo humano. Pero los sujetos experimentales quedarán dañados por diversas taras, a cuál más cómica. Sirvan como ilustración las palabras de Pericard en su encuentro con Kappa: "acercó su cara a dos dedos escasos de la mía, pero, a continuación, al verle pasear su rostro a la misma distancia por mi cuerpo, comprendí que Kappa era corto de vista y que sencillamente se había acercado para observarme".
En el tramo final, la ironía va ganando en amargura y en poder alegórico. El contrariado Pericard amonestará en vano a sus hijos artificiales, fiel reflejo de los vicios contemporáneos: las ínfulas artísticas de Jota, la diletancia de Zeta, la felicidad supina de Alfa, etc. Más que infundir vida propia a los nuevos seres, Pujulà los emplea, los moldea a imagen y semejanza de cada una de sus fobias, de cada uno de los males que anida en una sociedad recién asomada a un siglo que se revelará en algunos aspectos como funesto; los hombres artificiales son, en definitiva, catalizadores del pensamiento del autor. Con estas trazas la novela, que ya exhibía escasos méritos, queda a la fuerza descompensada, sin que pueda pasarse por alto la precocidad de su filiaciación genérica, sin duda su rasgo distintivo más evidente.
Por último, debe destacar la reimpresión de la editorial Pleniluni, comenzando por la portada a cargo del prestigioso dibujante e ilustrador Fernando Fernández, y terminando con las valiosas notas biográficas de Joaquim Martí, que da cuenta de la carrera periodística y literaria del autor (con obras como Titelles febles, El geni, El boig), de su vinculación al modernismo, su militancia política o su apasionada labor en pro del esperanto. Como en el caso de la ciencia-ficción debida a pioneros como H.G. Wells, Yevgeni Zamyatin o Aldous Huxley, convendremos que Homes artificials es producto de la preocupación social de nuestros ancestros.
Pablo Herranz
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