Uno, acostumbrado a las franquicias literarias y a que parientes más o menos cercanos exploten póstumamente el nombre de un autor (y el caso de Cristopher Tolkien con la obra de su padre es más que sintomático) se enfrenta con cierto miedo a la lectura de este tipo de obras. Por un lado estamos ante lo que los americanos llaman una pre-secuela (o, abreviando en un barbarismo difícilmente eufónico, una precuela): una obra ambientada en el universo de Dune y que se desarrolla varios años antes de que comenzase la primera novela. Y por el otro sus autores no son como para inspirar confianza a nadie: uno es Brian Herbert, hijo del creador original de la saga, y mediocre escritor por méritos propios; el otro es Kevin J. Anderson, mercenario autor de franquicias de Star Wars y Expediente X y cuya trilogía de la Academia Jedi me hizo plantearme no volver a leer este tipo de productos: Anderson había conseguido lo que parecía imposible, encontrar nuevos modos de hacer este tipo de obras aún más plomizas e insufribles que la media.
A poco que lo pensemos, esta novela debería estar condenada al desastre, a convertirse en poco más que un enorme mamotreto sin otro interés que explotar (y uso el término tanto en su sentido de reventarlo como de sacarle partido económico) un universo que ha quedado en la mente de millones de aficionados como uno de los más ricos y complejos de la moderna ciencia-ficción.
Sorprendentemente, uno va pasando las páginas y descubriendo, a medida que lee un capítulo tras otro, que se encuentra ante una novela que no está nada mal. Una obra que, sin poder compararse con el Dune original es un space opera escrito de forma amena y con el suficiente interés como para que sus más de seiscientas páginas se nos hagan cortas.
El acierto de Dune: La Casa Atreides posiblemente está en el hecho de que en ningún momento intenta medirse con la obra original ni, mucho menos, imitar la forma inimitable en que Frank Herbert era capaz de sugerir sin decir absolutamente nada en ningún momento. A primera vista Dune parecía presentarnos un barroco y bizantino imperio galáctico con complicadas y retorcidas intrigas fruto de una mente genial y oscura. Y sin embargo, basta un ligero análisis para ver que esas intrigas no aparecen jamás, que son apenas sugeridas por frases intrigantes (la famosa "planes en los planes en los planes" que ha pasado a la historia de la cf casi como un lugar común) y que en realidad todas esas retorcidas tramas que creemos ver en la novela pasan en todo momento off the camera.
Brian Herbert y Kevin J. Anderson abandonan toda pretensión de seguir por ese camino (mucho más difícil de lo que parece a primera vista) y en lugar de sugerir explican profusamente: la novela está llena de intrigas, traiciones, tramas en busca del poder, planes que duran milenios y que se retuercen cada vez más; y todos ellos son narrados en detalle, pero sin hacérsenos pesados en ningún momento, consiguiendo de ese modo lo que sus autores seguramente pretendían: presentarnos todo aquello que Herbert no quiso (o no pudo) mostrar en las otras novelas y desplegar ante nuestros ojos un imperio malsano y decadente que sin embargo es fuerte pese a sí mismo y está condenado a repetir una y otra vez las mismas tramas de traición con distintos personajes.
La novela narra la juventud del Duque Leto Atreides, padre de ese Paul que en las novelas originales deviene en mesías y progenitor de un dios-gusano que esclavizará el universo por su propio bien durante dos mil quinientos años. Y, como toda novela de juventud, es un viaje iniciático, una búsqueda aparentemente sin sentido que, sin embargo, tiene como objetivo no confesado (y posiblemente no pretendido) su propia madurez. A lo largo del viaje Leto se irá creando amigos y enemigos, en un muestrario de personajes que tendrán importancia para la posterior historia del universo de Dune. Así, nos encontramos con el origen de Duncan Idaho, la ascensión al trono del emperador padisha Shaddam IV o las primeras maquinaciones en busca del poder del barón Vladimir Harkonnen.
Es este personaje, precisamente, uno de los pocos errores de la novela. Si bien su diseño tiene algunos aciertos (delgado y musculoso cuando en las novelas originales lo conocíamos tan gordo que parte de su peso descansaba sobre campos suspensores) sus motivaciones son tan cercanas a las de un malo de opereta que resulta, cuando menos, poco creíble. Nada que ver con el individuo perverso y taimado de Dune o la maligna presencia mental de Hijos de Dune. Por no mencionar que los autores parecen tan obsesionados en hacer que todo encaje como un mecanismo bien engrasado que en ocasiones rizan el rizo y contradicen hechos que conocemos por las novelas originales. La concepción de Jessica, futura madre de Paul Atreides, es un ejemplo perfecto de ello.
En el haber, sin embargo, casi todo lo demás. Los juegos palaciegos del príncipe Shaddam y su amigo Hasimir Fenring, el eunuco genético, el carácter tallado a láser del padre de Leto, los tleilaxu y su fanatismo religioso, las intrigas milenarias de la Bene Gesserit, los cada vez menos humanos miembros de la Cofradía espacial o el delicado equilibro de poder entre la aristocracia imperial y el propio emperador; todo ello es narrado de forma ágil y atractiva y contribuye a iluminar muchos de los puntos oscuros que Herbert había dejado en su obra.
Especialmente reveladores resultan los escasos comentarios sobre el Jihad Butleriano, que esperemos que se amplíen en las dos novelas que faltan. Por el Dune original sabíamos que el Jihad había sido una guerra santa contra las máquinas pensantes, y el motivo por el que no hay ordenadores en la galaxia: "no construirás una máquina que imite la mente humana". Lo que averiguamos aquí es que el tal Jihad no fue una ola de fanatismo antitecnológico, sino que vino motivada por una rebelión de los antiguos ordenadores y una guerra declarada por estos a la humanidad.
No estamos, desde luego, ante una obra maestra, ni siquiera ante una gran novela. Pero sí es una buena novela, bien construida y bien narrada y que nos hace adentrarnos más en un universo que ya de por sí era fascinante e ir descubriendo poco a poco cómo llegó a convertirse en uno de los mejores escenarios de la ciencia-ficción de todos los tiempos. Quedan aún dos novelas por publicarse: Dune: La Casa Harkonnen y Dune: La guerra de la especia y quizá habrá que esperar a que se complete la trilogía para ver los resultados definitivos. Entretanto, esta Casa Atreides es una buena lectura.
Rodolfo Martínez
(Reseña publicada originalmente en La página de Rodolfo Martínez)
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