Con la novela de David Brin se cierra la segunda trilogía de la Fundación, después de los volúmenes de Gregory Benford y Greg Bear, ambos publicados también por Nova. Sin duda es ahora el mejor momento para, aprovechando el tercer libro, hacer balance del resultado obtenido por este intento de aportar elementos nuevos al universo de Asimov por parte tres de los más característicos representantes de la ciencia-ficción "dura" (esto es, rigurosa en sus especulaciones tecnológicas).
Permítaseme pecar de inmodesto e incurrir en el pernicioso vicio de la autocita. Ya tuve ocasión de comentar esta nueva trilogía, especialmente los dos primeros libros, en mi artículo "Una cronología del universo asimoviano", aparecido en el número 22 de la revista Gigamesh. Allí decía:
"El filón, como no podía ser de otro modo, debe ser explotado. Así, los herederos de Asimov han autorizado la publicación de una nueva trilogía, encargando cada libro a un escritor distinto y con Gregory Benford como coordinador de todo el proyecto.
"El primero es El temor de la Fundación, precisamente de Benford, y se sitúa poco antes de que Seldon fuera nombrado primer ministro, es decir justo entre el primero y el segundo de los relatos que componen Hacia la Fundación, y en él se narra, a través de un proceso complejo y a veces no del todo justificable, cómo Seldon va encontrando los elementos necesarios para que la psicohistoria quede definitivamente establecida, además de proporcionarnos una visión de conjunto del inicio de la decadencia del Imperio. Escrita con un estilo fácil y alejado de pretensiones (aparte de algún que otro alarde tipográfico en los capítulos ambientados en el ciberespacio), la novela se sigue con interés y en general convence, aunque los elementos importantes que aporta al universo asimoviano son escasos y deja demasiadas cosas en el aire para resultar del todo satisfactoria.
"Benford (al que hemos de agradecer que, por una vez, prescinda de los conflictos matrimoniales que parecen ser su marca de fábrica y casi su único modo de dotar de profundidad a sus personajes) actualiza varios aspectos del decorado de las Fundaciones que a los puristas quizá hagan rechinar los dientes. El más evidente es la sustitución del hiperespacio por el uso de agujeros de gusano; algo que en realidad apenas si es más que un cambio de terminología (y que curiosamente desaparece en la siguiente novela de la serie: Bear olvida los agujeros de gusano y vuelve a usar el hiperespacio). También introduce la presencia de las inteligencias artificiales, los ordenadores y las personas virtuales en el universo de la Fundación, pero lo hace con el suficiente cuidado y sutileza para que no haya contradicción aparente con la ausencia de estas en los libros de Asimov.
"Como he dicho, una novela entretenida y sin grandes pretensiones que se deja leer. Bastante superior es Fundación y caos de Greg Bear, concebida casi con la estructura de un thriller y narrada básicamente a través de diálogos y confrontaciones dialécticas que, en algunos momentos, nos recuerdan al mejor Asimov. Además la novela tiene la virtud de reconciliarnos con algunos de los personajes clásicos de la saga: detalles como ver a R. Daneel dudando de la viabilidad de su plan (y llegando casi a la conclusión de que se ha equivocado) o a Hari Seldon rebelándose contra su destino de marioneta de los planes de un robot aportan un cierto aire fresco que le viene bien a la saga.
"Por otro lado, quizá lo más interesante sea la guerra secreta que vive el Imperio y de la que los humanos no son conscientes: el enfrentamiento entre los tres grupos de robots. Por un lado los llamados giskardianos, que han incorporado la Ley Cero a su programación; por otro, los calvinistas (por Susan Calvin) que se atienen a las tres leyes originales; y finalmente un único robot que carece de las tres (o según se mire cuatro) leyes fundamentales de la robótica. Ese es el conflicto que vertebra la obra y está muy bien planteado y resuelto. Todo esto se desarrolla en paralelo con el primer relato incluido en Fundación, o sea al final de la vida de Hari Seldon.
"Algunos de los cabos que Benford dejó sin atar se resuelven aquí, al mismo tiempo que se abren nuevos interrogantes que es de suponer se cerrarán en la última novela. Si la calidad de esta nueva trilogía continua ascendiendo (con un primer libro que no está mal y un segundo bastante bueno) el resultado final será más que satisfactorio.
"Habrá que esperar al que falta, el de David Brin, para ver si estas expectativas se cumplen y comprobar hasta qué punto este aprovechamiento del filón asimoviano es, además que una maniobra de marketing (que lo es, sin duda) un acercamiento interesante y válido al universo de las fundaciones."
Y he de decir que el resultado final es más que satisfactorio. David Brin construye en El triunfo de la Fundación una aventura en tres frentes que termina desembocando en un final único después de un paseo a fondo por toda la galaxia, tanto en un sentido espacial como temporal. Buena parte de las historias de Asimov sobre los primeros años del imperio galáctico quedan de este modo integrados en la saga y, sorprendentemente, al final casi todo encaja. Y digo sorprendentemente porque estamos ante uno de los casos más curiosos en la historia de la literatura de cf: dos series completamente independientes que, veinte años más tarde, son integradas por su propio autor en un único universo; para rematar la faena, después de su muerte tres escritores distintos dan la última vuelta de tuerca y consiguen, además de tres buenas novelas, dotar de coherencia a todo el conjunto.
La novela de Brin es también una apuesta por la libertad humana, reflejada en parte en la apuesta final que Seldon le hace a R. Daneel y que no dudamos que ganará: el ser humano es algo demasiado complejo para caber en un único molde, no importa la bondad de las intenciones con que intente encajársele en él. Al final, incluso ese molde definitivo que el robot bienintencionado había diseñado para proteger a sus amos terminará convertido en una más de las facetas de la humanidad, aportando complejidad y estabilidad al conjunto, pero sin ser en absoluto predominante. De este modo Brin resuelve uno de los aspectos que más incomodaban al propio Asimov: esa mente planetaria y unitaria que se había visto obligado a introducir en Los límites de la Fundación por verla como la única salida argumental coherente a su universo.
Lo que en principio no era más que una maniobra comercial para seguir explotando el nombre de Asimov después de muerto se nos desvela como un grupo de novelas interesantes, gracias no sólo a los autores elegidos para la tarea, sino (y sobre todo) al respeto y cariño con el que estos se acercan a la obra original.
En resumen, esta nueva trilogía, además de ser una espléndida ocasión de reinterpretar la ciencia-ficción de los años cincuenta con la óptica de los noventa es también, en tanto que experimento narrativo, un éxito: tres buenas novelas que, sin ser obras maestras del género, dejan un sabor de boca agradable y ponen al día (mejor de lo que lo supo hacer su autor en su momento) uno de los lugares inevitables de la ciencia-ficción clásica.
¿El peligro? Que el experimento haya sido tal éxito que sus promotores decidan continuarlo y alargar la idea hasta el infinito. En tal caso, en lugar de al triunfo de la Fundación quizá hayamos asistido al nacimiento de su fracaso.
Crucemos los dedos.
Rodolfo Martínez
(Reseña publicada originalmente en La página de Rodolfo Martínez)
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