Daniel Pennac se ha convertido en una de las plumas más cotizadas y prestigiosas del panorama literario francés y, claro está, europeo. Jacques Tardi es uno de los autores más personales y vanguardistas de la BD. Con tales credenciales, surge el miedo. Por lo general, la conjunción de dos astros conduce a la decepción. En vez de sumar, parece como si sus talentos se anulasen. Mas como toda regla general tiene su excepción, podemos congratularnos en aseverar que La patada es una maravillosa excepción.
Insólito y brillante, este álbum es una de las obras más maduras que se han publicado en España a lo largo del presente año. Más adelante ahondaremos en los motivos. Digamos ahora la causa principal: simbiosis. Tardi ha mantenido su trazo, su inconfundible estética y su talento narrativo sin desviarse un ápice de su trayectoria y Pennac ofrece un historia de idéntico nivel al que nos tiene acostumbrados en sus novelas.
La historia vive en la más pura línea Pennac: contundente, equilibrada, irónica y marcada por su particular visión de la vida. Pese a gustar de argumentos duros, el escritor francés ha destacado siempre por un tono vital, por un optimismo que se eleva más allá de la miseria recreada. Un mensaje obsesivo preside sus creaciones: "vale, de acuerdo, la vida no es gran cosas pero tiene momentos únicos y merece ser aprovechada".
Con un argumento que oscila entre la investigación policial y la estampa social, La patada plantea la siguiente historia: un hombre, presuntamente parado, se encierra en una jaula del zoológico como protesta muda ante su situación. Más tarde, aparecerá ahorcado. Nada es lo que aparenta y un final menos prosaico y mundano, casi extravagante, tomará vida.
La paginación no es tacaña: Tardi, apoyado por un color suave y alegre, consigue el difícil resultado de no indigestarse en páginas recargadas y, simultáneamente, ofrecer escenas que culminan donde deben. Para muestra, un botón: páginas 32 y 33. Tras el descubrimiento en el laboratorio forense, Lilí será abordada por la prensa canalla, digo, carroñera, digo, sensacionalista. En la página 32 pasamos en pocas viñetas de su regreso a casa, intimista, al asalto de los paparazzi -viñeta amortajada por un blanco que se justifica por el flash de los fotógrafos- y la resolución. Y en la siguiente vuelve a plantear otra nueva ambientación y aportar, quizá resolver, otra pieza del rompecabezas. Para luego seguir el hilo argumental. Fluye de maravilla, parece que no tiene mérito. Pero la esencia de un artista, en la mayoría de las ocasiones, no consiste en lo que narra o cómo lo narra, sino en la que sabe omitir sin que desluzca la obra.
En esta época de escorzos imposibles, splash-pages y puntillismos de puro lucimiento, Tardi conserva el oficio de los buenos dibujantes: selecciona el tamaño de la viñeta en función de importancia en la historia. Consigue centrar nuestra atención ofertando un abanico de escenas "invisibles" muy surtido. Por ello, los diálogos no se prolongan y las cajas de texto quedan para mejor ocasión (narradores de esta talla no las necesitan).
Álbum coral donde los haya, la galería de personajes resulta impagable: la joven Lilí -con más mano para los animales que para los hombres-, la veterana inspectora con aire pueblerino encendiendo sus gruesos puros, el ambicioso hombre de negocios que montó todo un show -pieza clave de la historia-, el pintor manco -conocido como el señor Queja-, el detective mujeriego y arribista que aprovecha una oportunidad de medrar, el Capitán, casi un padre para los animales del zoológico, con una rémora de manías heredadas de mil ciudades diferentes y devoto lector de Víctor Hugo, la rubia platino -como diría Sabina- con pocos remordimientos, y una galería de secundarios que muestra la camaleónica capacidad de Tardi para vestir de un sentimiento -indiferencia, estupidez, ira- a cualquier percha que exija la historia mediante la caricatura comedida y, además, verosímil.
Y a todos ellos debemos agregar el abanico de animales que pueblan el zoológico. Especialmente Georges, un tigre con personalidad propia.
El tempo narrativo es moroso. Los autores hurtan minutos al reloj de la historia, seleccionan con tino lo que desean contar pero nunca se precipitan. El argumento es duro, plagado de ironías amargas y dotado de una implacable lógica, mas dista de ser la pieza clave de este cómic: lo importante son los personajes y la historia que uno presiente y no ve.
Mala leche, almibarada por el azúcar que saben hallar en la existencia cotidiana, es cuanto necesitan para lograr una obra memorable. En suma, y aunque suene a tópico, nos hallamos ante uno de esos cómics que te reconcilian con el noveno arte. Hay que aprovechar. Desgraciadamente, no abundan.
José Miguel Pallarés
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