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Conde Cero
Conde Cero
William Gibson
Título original: Count Zero
Trad. José B. Arconada y Javier Ferreira Ramos
Minotauro, 1990

En 1984, William Gibson publicaba Neuromante, y con ello, utilizando entre otras cosas un montón de neologismos sacados de la manga, se ganaba su pase a la posteridad como el creador de un nuevo subgénero dentro de la ciencia-ficción: el ciberpunk. Muchos son los autores que se han sumado desde entonces a esta corriente, que incluso ha tenido sus adaptaciones al celuloide con, eso sí, dudoso acierto. A lo largo de estos años, el ciberpunk ha encontrado innumerables incondicionales (entre los que me cuento) y acérrimos detractores, y además no ha permanecido exento de polémica. El caballo de batalla suele ser la misma definición de lo que es y lo que no es ciberpunk, algo que, debido sobre todo a las campañas de marketing de películas de cine y series de televisión, ya no queda muy claro. Y es que, a fuerza de utilizarla, la palabra se ha convertido en una especie de título para todo lo que contenga elementos de informática futurista adosados con cualquier tipo de enchufe o implante al cuerpo humano. Pero la realidad es otra muy distinta, y es que el género tiene sus propias leyes, ya marcadas en el lejano año 84.

A saber: grandes multinacionales que mandan sobre los gobiernos; protagonistas con un característico perfil de perdedor, que subsisten en el arroyo y que no tienen más remedio que dejarse arrastrar por los acontecimientos; los consabidos ciberelementos con los que navegar mentalmente por el ciberespacio, también llamado matriz; la ciberjerga y, sobre todo, el imprescindible desarrollo de novela negra. Estos son los elementos habituales del ciberpunk, y esto es lo que ofrece Conde Cero, sin duda alguna.

La acción de Conde Cero transcurre siete años después de los acontecimientos narrados en Neuromante, y aunque en realidad es una continuación lógica de los hechos allí acaecidos, sus protagonistas no son los mismos.

En la novela el lector es testigo de cómo en el ciberespacio, en los últimos siete años, se están comenzando a dar extraños fenómenos que apuntan hacia la imposible existencia de inteligencias autónomas en su interior (algo que el lector de Neuromante ya conoce). Al mismo tiempo, un mercenario es contratado para pasar un trabajador de una empresa a otra, una marchante de arte debe encontrar una pieza muy valiosa, y un joven, el Conde Cero, tiene un extraño encuentro en la matriz. Es una novela de construcción coral, en la que las diferentes ramas argumentales acaban sabiamente enlazadas al final, y en la que la acción, sin ser espectacular, hace que el interés no decaiga en ningún momento. Escrita dos años después que su predecesora, Conde Cero goza de un mejor y más ameno estilo narrativo, aunque la historia implícita sea menos trascendente que la de aquélla. Es una muy entretenida lectura con la que sólo quien tenga prejuicios contra este nuevo género no logrará disfrutar. Entretenida de verdad.

Y no quiero cerrar el comentario sin caer en la tentación de hacer un guiño a todos los que, como yo, disfrutasen en 1999 con cierta película de ciencia-ficción, y a los que sin duda, estos dos pasajes van a resultar cuanto menos familiares:

"-Me voy ya -anunció-. Tengo un viaje a Sión, y luego ocho cápsulas de algas para los suecos."

"Bueno -dijo Bobby, entendiendo-, entonces, ¿qué es la matriz? (...)
-El mundo -dijo Lucas."

Curioso. Llevamos años preguntándonos algo que ya sabían en Conde Cero.

Santiago L. Moreno

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