En Hollywood existe un término para aquellas películas de bajo presupuesto que consiguen, sorpresivamente, un éxito en taquilla que consigue recaudaciones que sobrepasan ampliamente su presupuesto. Dicho término es sleeper.
Me gusta extrapolar este término a la literatura: por supuesto, no para hablar de libros de bajo presupuesto, sino para designar aquellos libros con un arranque pesado, o lento, o poco prometedor, o todas estas cosas juntas, que terminan convirtiéndose en una lectura más que gratificante si uno pone el empeño de continuar.
Marte se mueve es uno de esos títulos. En el comienzo asistimos a las aventuras de Casseia Majumdar, una marciana envuelta en una revuelta estudiantil contra el corrupto gobierno de un Marte colonizado e influenciado por la Tierra. No es que Casseia sea una auténtica revolucionaria, ni que esté realmente indignada por la situación marciana; sino que se ha unido a la revuelta para ganarse los favores de su líder.
La estructura política que Bear nos presenta divide a Marte en Vínculos Familiares o VM: a falta de países, los clanes de colonos originales muestran una diversidad que la Tierra (dividida a su vez, pero en bloques mucho más grandes y hegemónicos) no puede tolerar. Quiere negociar con el gobierno de un Marte unificado, y lo quiere a toda prisa.
Las razones de la premura se le revelan a una Casseia más madura, convertida en toda una política profesional, en el mejor estilo de las teorías conspiratorias: un político terráqueo le revela, off the record, que en la Tierra saben que se va a producir un salto cuántico en el campo de la física, y quieren que el Triple Eje Tierra-Luna-Marte esté lo más unificado posible para cuando eso suceda. Por supuesto, bajo el control de la Tierra.
No puedo contar mucho más sin desvelar partes importantes de la trama. Eventualmente, el descubrimiento se produce... pero en Marte. Los científicos marcianos acceden a nueva nueva tecnología de la que sólo diré que es espectacular, uno de esos pasos de gigante científicos que lo cambian absolutamente todo y que pueden convertirse, de paso, en el arma más poderosa del universo. Una sola pista: el título en inglés de la novela es literal.
Es en este momento cuando la trama del libro se complica y su lectura se convierte en apasionante: la Tierra, amenazada por el descubrimiento (y a un paso de realizarlo ellos mismos), reacciona.
Bear consigue en este libro lo que muy pocos autores: que me guste la ciencia-ficción hard. Personalmente, no me interesa conocer los detalles físicos o matemáticos del funcionamiento de un motor hiperlumínico, o de la nanotecnología, o del teletransporte. Lo que me parece mucho más interesante son las aplicaciones humanas de esos avances, la medida en la que la sociedad evoluciona para incorporarlos, las futuras implicaciones de sus usos. En estos aspectos, con Marte se mueve, Bear triunfa plenamente. A pesar de su arranque, es un libro ágil y bien contado; con pasajes realmente sobrecogedores por su inmediatez: el ataque de la Tierra es casi como un susto en una película de terror, por lo repentino y devastador. No existen largas disertaciones científicas que lastren el ritmo: la información se nos va presentando en pequeñas píldoras que nos permiten digerir la vastedad de lo que Bear nos propone. En todo momento se intercalan presentación de los avances (o reflexión sobre sus posibles consecuencias) con la acción: la inminente guerra entre la Tierra y Marte no permite ni un respiro.
En resumen, un libro muy recomendable incluso para los que no gusten de la ciencia-ficción hard.
Carlos Manuel Pérez
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