La sucursal española de la editorial francesa Glénat viene haciendo desde hace un par de años lo que debería haber hecho desde sus comienzos: recuperar el ingente material de primera fila realizado por autores españoles de antes y de ahora. A la magnífica edición completa de la obra de Carlos Giménez se suma ahora la repesca (para muchos lectores jóvenes, presentación) de la obra de otro grande del tebeo de los ochenta, Josep Mª Beà.
Beà, que fue niño prodigio en esto de la historieta y visionario inclasificable en los años setenta con aquellos curiosos experimentos para la revista de Buru Lan Drácula, despegó en 1979 con sus imprescindible Historias de taberna galáctica (de la que Glénat anuncia una pronta reedición), y luego continuó con obras como La esfera cúbica o La muralla para el proyecto de autogestión editorial llamado Rambla (donde, por cierto, presentó las que son para mi gusto sus mejores historias bajo el pseudónimo Sánchez-Zamora). Cuando el boom del cómic hizo crack, Beà se refugió en la redacción de novelas juveniles de ciencia-ficción y en la publicidad. Ojalá que esta nueva presencia suya sirva para reintegrarlo en el hábitat que nunca debió de abandonar.
Las siete historietas que se engloban en este álbum, realizadas en 1980, no han perdido un ápice de su gracia original. La personal visión del universo, la ciencia-ficción, la utopía, el cómic y el humor de Beà convierte estas historias en una amalgama de criaturas surgidas de deliciosos bestiarios, con paisajes donde se dan cita los monstruos del terror clásico y los fríos horizontes de planetas lejanos. El surrealismo domina la ambientación, creando casi un género nuevo apenas explorado en el cómic, pero tampoco puede olvidarse la habilidad del autor para crear diálogos jocosos que bien pudieran haber inspirado a Samuel Becket. Hay ironía en estas historias, un sano tono de cachondeo paródico, autoburla en ocasiones, pero también, cuando se tercia, Beà es capaz de mostrarse como un poeta de los sentimientos (en la historieta que cierra el álbum, "Zona G"). Sus seres sin cabeza, sus gatos antropomórficos, sus muñecas sensuales, sus infaustos lagartos preñadores o sus únicas madres ponedoras componen una especie de mundo onírico, una realidad aparte que se lee hoy con la misma magia deslumbrada, con la misma sorna cómplice que hace veinte años.
A destacar la magnífica calidad de la edición. Un álbum imprescindible.
Rafael Marín
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