En primer lugar, cabe recordar que esta novela es la tercera de una serie compuesta por seis y denominada ciclo del centro galáctico, cuyo tema central es la lucha de la Humanidad por la supervivencia en una Vía Láctea dominada por las máquinas.
La serie, a su vez, se divide en dos bloques principales, marcados por dos protagonistas distintos: novelas de Nigel Wamsley y novelas de Killen Bishop. Las primeras son las que llevan el peso específico de la historia; los comienzos, la columna central de la trama y el desenlace. De las segundas podemos decir que casi son novelas "externas", ambientadas en el universo producido por las primeras, pero totalmente complementarias. El libro que nos ocupa es el primero de éstas últimas.
En Gran río del espacio, una Humanidad nómada vive en una huida continua, sin esperanza, en un planeta cuyos verdaderos moradores son las máquinas inteligentes. Durante bastantes más páginas de las que al lector le gustarían, el último reducto humano en la galaxia (luego se demostrará que no es así) se dedica a escapar como puede de la misteriosa civilización "mec".
La mejor baza de esta novela reside precisamente en la más sugerida que explicada descripción de esa civilización. Los humanos, cuyos conocimientos tecnológicos obedecen a la tradición, no al entendimiento, no son más que una mera molestia para la sociedad de máquinas, por lo que éstas ni siquiera les hacen caso. La repentina aparición de un tipo de "mec" ya casi olvidado, el Mantis, cuyo interés en la persecución de los humanos sólo será descubierto al final de la novela, constituye su mayor acierto.
Presencias inhumanas como la del Mantis o los Aspectos (personalidades grabadas en soportes injertados en el cerebro de los humanos), rondan por toda la novela, convirtiéndose casi, en sus verdaderos protagonistas. Los restos de la Humanidad que se nos muestran producen una cierta tristeza: los últimos miembros de la especie humana intentando sobrevivir a duras penas, en una constante huida ante quien se saben inferiores, en un mundo que no es el suyo.
Este libro es la perfecta muestra de lo que es Benford como autor. Las ideas que despliega se bastan en sí mismas para mantener el interés del lector hasta el final. Sin embargo, el estilo narrativo se hace excesivamente pesado en algunos tramos. Las descripciones de lugares son demasiado barrocas y complicadas, con una adjetivación que por momentos se torna más y más difícil; a veces es imposible hacerse una idea mental del dibujo que quiere hacer ver. Y no creo que sea cosa del traductor; ya he leído antes otras traducciones de obras de Benford, y no es un problema aislado de este libro. El resumen de siempre: se intuyen grandes ideas bajo una forma en exceso complicada.
En definitiva, en su mayoría un entretenido libro cuyo final, sumado al del segundo del ciclo (bastante superior a éste), nos empuja a querer saber más de estos desamparados seres humanos, para ver en qué punto y de qué manera confluyen ambas líneas argumentales.
Una última cosa. Lo primero que me llamó la atención de esta serie de novelas fue su poético rosario de títulos. En los dos anteriores, En el océano de la noche y A través del mar de soles, el desarrollo daba la razón de ser de los títulos. En esta obra, no. Baste decir que el espacio sale solamente en las cinco últimas páginas, y que la frase "gran río del espacio" está metida con calzador para ver si cuela. Cosas de la lírica.
Santiago L. Moreno
|