Literatura y cine, desde la creación de este último, han venido sufriendo extraños arrebatos amatorios con un resultado que raramente ha dejado satisfecho al consumidor. Esta desigual simbiosis ha revertido casi siempre en una injusta identificación cualitativa por parte del público entre libro y película, dependiente en la mayoría de los casos de la estimación que lograra la segunda. Hay que decir que curiosamente, porque son escasas las ocasiones en que el cine ha seguido, para bien o para mal, lo contado en la novela.
Sin duda, Pierre Boulle es uno de los pocos escritores que pueden congratularse del trato recibido, una excepción a la norma. El Séptimo Arte ha potenciado de tal modo sus novelas, que El planeta de los simios se ha acabado convirtiendo en una lucrativa franquicia de popularidad mundial. Desde que aquella versión en celuloide protagonizada por Charlton Heston se transformara en producto de culto, las cuatro continuaciones y la reciente versión burtoniana han ido sumando puntos para colocar la etiqueta de clásico a su origen literario. Lo curioso, para seguir con la excepción, es que la versión fílmica atesora más calidad que la novela en la que se basa.
El planeta de los simios es una novela con mensaje. Propone un juego en el que la inversión de papeles fuerza el punto de vista del lector y le obliga a considerar el trato humano hacia los animales. Invita a profundizar más en el texto para encontrar, incluso, una alegoría de trasfondo social en la que el racismo y la discriminación de clases se convierten en protagonistas absolutos de la novela. El problema radica en el instrumento o historia utilizada para comunicar al lector todo ese cúmulo de valores. Basado en una idea realmente interesante, los personajes y la interrelación entre ellos no alcanzan materialidad suficiente para dar calidad a un argumento más propio de la literatura juvenil que de una obra para adultos. En su defensa, en todo caso, justo es aclarar también que el conocimiento de las películas elimina toda sorpresa posible en la novela, truco final incluido.
La aventura del humano Ulysse Merou en un lejano planeta donde reinan los simios y en el que los hombres son esclavos no contiene el grosor literario suficiente para continuar siendo válida hoy en día. Desgraciadamente, el tiempo, juez de universalidades, ha pasado por encima de este falso clásico como un huracán, descubriendo en la trama una evidente dosis de ingenuidad que confiere a algunos pasajes un carácter rayano en el infantilismo. No deja, por ello, de ser curioso que algunos autores actuales intenten utilizar ese mismo método para conseguir similares objetivos, como es el caso de Sheri S. Tepper en El árbol familiar, novela que incluso va más allá y propone un final no apto para lectores susceptibles de sentir vergüenza ajena.
En todo caso, El planeta de los simios supone una de las escasas oportunidades de conocer la ciencia-ficción más representativa de un país vecino, Francia, del que, con contadas excepciones como la de René Barjavel, no se ha publicado prácticamente nada en España.
Si tienen unas horas, conocer la versión original de un clásico del cine fantástico siempre supone un ejercicio interesante. Si no, quédense con las películas.
Santiago L. Moreno
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