Por fin, la editorial Minotauro publica en nuestro país la última obra
de William Gibson, y como ya es costumbre, con una presentación irreprochable.
El título, un claro homenaje a la mítica banda Velvet Underground,
sirve de antesala a la habitual crónica de supervivientes urbanos gibsoniana,
escrita con una brillantez estilística semejante a la de una supernova.
El escritor norteamericano, que se sigue mostrando avaro en cuanto a
la cadencia de sus obras, parece entregado a las series. Series algo
peculiares, eso sí, ya que las dos trilogías escritas por Gibson lo son más por
escenario que por argumento. De hecho, aunque comparten algunos personajes, se
pueden leer independientemente, algo digno de agradecer. Todas las fiestas de mañana cierra la denominada "trilogía del
puente", que en cuanto a calidad progresa en sentido contrario a la archifamosa
"trilogía del ensanche" (término éste, por cierto, sólo traducido en la primera
novela). Si desde la seminal Neuromante,
madre del subgénero bautizado como ciberpunk, hasta el final de la serie se
daba un progresivo descenso de calidad, la recién finalizada "trilogía del
puente" ha ido creciendo en importancia desde el decepcionante Luz virtual y el notable Idoru hasta Todas las fiestas de mañana, estilísticamente la mejor novela del
género de estos últimos años.
Lejos ya del ciberespacio y demás parafernalia tecnológica que le
dieran fama, Gibson ha abandonado definitivamente el ciberpunk. Precisamente
ahora, en estos tiempos de Internet, cuando su condición de profeta podría
permitirle vivir de las rentas utilizando historias del mismo pelaje, el
norteamericano ha decidido dejar de lado todo eso (él siempre ha dicho que la
Red le aburre), salvar el resto de elementos y dedicarse a cultivar un near future de estilo muy personal.
Es tiempo ya de reconocer los meritos de un escritor que posee uno de
los estilos más personales, arriesgados y absorbentes de la ciencia-ficción
actual. Un escritor que debería figurar entre los pocos aventajados que han
logrado cierto predicamento fuera de las fronteras de la cf, escritores como
Bradbury, Le Guin o Ballard. La potente prosa de este autor es altamente
adictiva. Directa, ágil, de un detallismo exacerbado, rica en el uso de
metáforas que configuran ambientes cuya esencia parte de un high tech sucio envuelto en una
sugerente atmósfera noir. La forma de
narrar de Gibson es una herramienta que no sólo consigue hacer llegar la
historia al lector de forma trepidante, casi violenta, sino que además cobra
sentido por sí misma. Tanto que, al margen de la interesante trama, leer sus
obras se convierte siempre en un gozo, solamente por cómo estan escritas. Algo
que en esta última novela llega al paroxismo.
Paralelamente a la manera de describirla, la realidad que nos hace
llegar el autor es desangelada, siempre a punto de desmoronarse y sólo apta
para supervivientes, como los habitantes del puente, o los personajes que se
ven empujados hacia él. Personajes que protagonizaron las dos entregas
anteriores (Chevette, Rydell, Laney, la Idoru...) y que por fin se encuentran
en este fin de fiesta para desencadenar un nuevo salto de la civilización hacia
delante, un punto nodal cuya causa puede no ser la que el lector presupone.
El libro se permite incluso un par de curiosidades. Hay un claro
homenaje a 2010: odisea dos en uno de
sus capítulos y una incoherencia inexplicable en otro: un cambio de personaje
que no puede ser otra cosa que un error.
Una novela para disfrutar de verdad.
Santiago L. Moreno
|