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Todas las fiestas de mañana
Todas las fiestas de mañana
William Gibson
Título original: All Tomorrow´s Parties
Trad. Darío Aguilar Pereira
Minotauro, 2002

Por fin, la editorial Minotauro publica en nuestro país la última obra de William Gibson, y como ya es costumbre, con una presentación irreprochable. El título, un claro homenaje a la mítica banda Velvet Underground, sirve de antesala a la habitual crónica de supervivientes urbanos gibsoniana, escrita con una brillantez estilística semejante a la de una supernova.

El escritor norteamericano, que se sigue mostrando avaro en cuanto a la cadencia de sus obras, parece entregado a las series. Series algo peculiares, eso sí, ya que las dos trilogías escritas por Gibson lo son más por escenario que por argumento. De hecho, aunque comparten algunos personajes, se pueden leer independientemente, algo digno de agradecer. Todas las fiestas de mañana cierra la denominada "trilogía del puente", que en cuanto a calidad progresa en sentido contrario a la archifamosa "trilogía del ensanche" (término éste, por cierto, sólo traducido en la primera novela). Si desde la seminal Neuromante, madre del subgénero bautizado como ciberpunk, hasta el final de la serie se daba un progresivo descenso de calidad, la recién finalizada "trilogía del puente" ha ido creciendo en importancia desde el decepcionante Luz virtual y el notable Idoru hasta Todas las fiestas de mañana, estilísticamente la mejor novela del género de estos últimos años.

Lejos ya del ciberespacio y demás parafernalia tecnológica que le dieran fama, Gibson ha abandonado definitivamente el ciberpunk. Precisamente ahora, en estos tiempos de Internet, cuando su condición de profeta podría permitirle vivir de las rentas utilizando historias del mismo pelaje, el norteamericano ha decidido dejar de lado todo eso (él siempre ha dicho que la Red le aburre), salvar el resto de elementos y dedicarse a cultivar un near future de estilo muy personal.

Es tiempo ya de reconocer los meritos de un escritor que posee uno de los estilos más personales, arriesgados y absorbentes de la ciencia-ficción actual. Un escritor que debería figurar entre los pocos aventajados que han logrado cierto predicamento fuera de las fronteras de la cf, escritores como Bradbury, Le Guin o Ballard. La potente prosa de este autor es altamente adictiva. Directa, ágil, de un detallismo exacerbado, rica en el uso de metáforas que configuran ambientes cuya esencia parte de un high tech sucio envuelto en una sugerente atmósfera noir. La forma de narrar de Gibson es una herramienta que no sólo consigue hacer llegar la historia al lector de forma trepidante, casi violenta, sino que además cobra sentido por sí misma. Tanto que, al margen de la interesante trama, leer sus obras se convierte siempre en un gozo, solamente por cómo estan escritas. Algo que en esta última novela llega al paroxismo.

Paralelamente a la manera de describirla, la realidad que nos hace llegar el autor es desangelada, siempre a punto de desmoronarse y sólo apta para supervivientes, como los habitantes del puente, o los personajes que se ven empujados hacia él. Personajes que protagonizaron las dos entregas anteriores (Chevette, Rydell, Laney, la Idoru...) y que por fin se encuentran en este fin de fiesta para desencadenar un nuevo salto de la civilización hacia delante, un punto nodal cuya causa puede no ser la que el lector presupone.

El libro se permite incluso un par de curiosidades. Hay un claro homenaje a 2010: odisea dos en uno de sus capítulos y una incoherencia inexplicable en otro: un cambio de personaje que no puede ser otra cosa que un error.

Una novela para disfrutar de verdad.

Santiago L. Moreno

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