Ante el innegable poder potenciador del cine, lo lógico era pensar que por fin nos iba a tocar, que el efecto de toma y daca al que juegan cine y literatura desde hace años beneficiaría, como ha hecho con otros géneros antes, a la ciencia-ficción leída. Craso error, al menos en nuestro país. Más de la mitad de las películas que se producen en Hollywood incluyen algún elemento fantástico, pero eso no ha revertido en un aumento de ventas o popularidad de la ciencia-ficción canónica, sino en el nacimiento de un nuevo subgénero que bebe de la cf pero se sitúa al margen de ella. Me refiero al thriller con toque fantástico, un engendro comercial en formato best seller cuyas señas de identidad incluyen protagonistas físicamente atractivos, malos muy malos, altas dosis de suspense y algún elemento científico de moda llevado al extremo, del que además se suele extraer el título de la novela. Éxitos como El gen, El clon o Neanderthal (herederos todos de las obras de Michael Crichton) seguramente son los culpables de que autores del género como Simmons o Bear se hayan decidido a probar suerte en este nuevo subgénero. Últimamente ha aparecido, también con bastante éxito, un pariente cercano: el thriller de carácter místico o religioso. La conspiración de los herejes es uno de los últimos ejemplos.
Jonathan Rabb se presentó en el panorama literario internacional con El señor del caos, un original thriller que giraba en torno a un manuscrito escrito en el siglo XVI, relacionado con Maquiavelo y origen de una seria amenaza para el orden mundial. En su segunda novela, Rabb ha vuelto a apostar por la misma fórmula en un contexto distinto.
Ian Pearse, joven sacerdote católico, se ve envuelto en una conspiración ideada para erradicar el catolicismo e implantar en su lugar una antigua creencia dada por desaparecida: el maniqueísmo. En el centro de todo se encuentra un antiguo manuscrito del siglo VI, cuyo contenido conduce a Pearse hacia Grecia y, posteriormente, Bosnia, donde en el pasado tuvo un antiguo affaire amoroso de ignoradas consecuencias.
Rabb consigue crear una extraña mezcla con los referentes de Umberto Eco y Tom Clancy. Como todo buscador de best sellers, centra sus esfuerzos en el desarrollo de la intriga y el suspense, pero sin olvidar el apoyo que la documentación aporta siempre a una buena historia. Así, las descripciones del Vaticano o el contexto histórico en que sitúa el objeto de la investigación enriquecen notablemente una obra que en muchos puntos presenta un aspecto indisimuladamente cinematográfico. El paso del protagonista por Grecia es un claro ejemplo de ello, llegando a recordar en cierto momento al más famoso héroe de aventuras que ha dado el celuloide en los últimos años.
La piedra angular de todo el misterio -semejante a la que alimentara la paupérrima película The Body-, encuentra su desenlace en un final que, si bien pudiera parecer doctrinario a algunos y decepcionantemente naïf a otros, está en sintonía con el resto de la novela. Un producto diseñado para el entretenimiento, totalmente comercial, que no cuenta con otra ambición que la de hacer pasar el rato. Un nuevo ejemplo de ese pequeño y moderno subgénero que en poco tiempo ha logrado algo no conseguido hasta ahora por la ciencia-ficción tradicional: llegar al gran público.
Santiago L. Moreno
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