Deborah Sykes, una profesora de secundaria de una pequeña ciudad inglesa, es la única que ha visto al estrangulador que desde hace meses aterroriza a las mujeres de la región. La imprudencia de un periodista local la pondrá más tarde en el punto de mira de este asesino obsesionado con los trenes, en torno a los cuales comete todos sus crímenes. A partir de ese momento, a la protagonista empiezan a sucederle cosas extrañas que no son sino señales de que el psicópata va estrechando su cerco.
Con estas premisas podríamos decir que nos encontramos ante la típica novela de suspense con asesino en serie, y no nos equivocaríamos, sobre todo en lo de típica. Su estructura es calcada a la que utilizó (y supongo que seguirá utilizando) Dean R. Koontz en casi todas sus novelas de horror, a saber: mujer más o menos indefensa que se ve involucrada en una serie de acontecimientos extraños que ponen en peligro su vida (en los libros de Koontz este peligro podía ser desde una mutación genética de origen militar hasta una secta satánica, pasando por el mismísimo Hitler), y que es rescatada por el héroe de turno que siempre resulta ser un ex espía o boina verde (ex policía en la novela que nos ocupa) con un pasado poco claro que le ha obligado a dejar el cuerpo de élite en cuestión. Todo ello se comprende en el caso de Koontz, cuyas ideas políticas y sobre la vida en general nos resultan siempre un pelín sospechosas (a la derecha de Gengis Khan, vamos, como dijo alguien una vez de Larry Niven y Jerry Pornuelle), pero resultan curiosas en esta nueva autora británica que inicialmente trata de presentarnos a su protagonista como una mujer liberada y autosuficiente para luego quedar completamente a merced del psicópata o el mazas de turno. En fin, me parece que nunca comprenderé bien eso del feminismo.
Por lo demás, tampoco la caracterización del asesino en serie resulta demasiado novedosa para cualquiera que haya leído un par de libros de este tipo. Los problemas del pobre hombre con su padrastro resultan aburridos y la autora pasa sobre ellos como si no le importaran demasiado, por lo que dan una sensación de ser superfluos que no remite ni al final del libro. A parte de eso, el hecho de que el psicópata lo sea porque recibió malos tratos de niño resulta demasiado facilón. La técnica de presentarnos los pensamientos del malo en cursiva tampoco ayuda mucho, y creo que tampoco es demasiado original.
Por último, la forma en la que se nos van relatando los hechos es lenta y muy aburrida. La comparación con Koontz no es posible esta vez: el autor americano, pese a escribir siempre la misma novela, lo hace con suficientes momentos de clímax, una narración mucho más fluida y un saber administrar las cosas que el lector debe saber en cada momento que están ausentes, a mi entender, en esta novela (por eso Koontz vende lo que vende).
En definitiva, se le nota demasiado que es una primera novela, utiliza elementos totalmente trasnochados del género y no sabe, en cambio, utilizar los recursos que hacen que un lector no sea capaz de dejar un libro. Todo ello, junto al final previsible, hacen de esta una novela totalmente prescindible que no aporta nada nuevo.
José Antonio del Valle
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