Durante los dos últimos años me había mostrado impermeable al fenómeno Harry Potter, conformándome con asistir desde la barrera a furibundos intercambios de opiniones, viendo cómo los libros de Rowling se convertían en superventas (y niños que habrían desarrollado una violenta urticaria al contacto con la letra impresa los devoraban con ansia) mientras eminentes intelectuales y algún premio Nobel que otro despotricaban contra ellos. Durante ese tiempo, con los comentarios oídos aquí y allá sobre la serie como única referencia, fui forjando la sospecha de que Harry Potter tenía más de una deuda con el Tim Hunter que Neil Gaiman había creado para su serie de cómic Los libros de la magia y que Rowling se había limitado a apropiarse del mismo concepto y hacer una versión más infantil de él.
Acabado este Harry Potter y la piedra filosofal mi mente está llena, por un lado, de perplejidad y, por el otro, de algo que solo puede ser descrito como "síndrome de abstinencia".
Perplejidad por cuanto no veo en el libro el menor motivo para que eminentes teóricos (o incluso prácticos) de la literatura desaten sus iras contra la obra de Rowling: una obra escrita con sencillez, ingenio y eficacia, que tiene buen cuidado de no insultar la inteligencia de sus pequeños lectores y que encima se molesta en dibujar personajes infantiles creíbles como tales y no como meros arquetipos de lo que los adultos piensan que debe ser un niño. Si a eso unimos una trama levemente policiaca, una atmósfera en la que la escuela británica tradicional, el cuento de hadas y ocasionales toques de oscuridad se integran sin problemas, y un estilo directo y fluido no resulta muy difícil comprender por qué estos libros se han convertido rápidamente en un best seller.
El síndrome de abstinencia viene a cuento de que, acabado el primer libro, y sabiendo que aún me quedan otros tres por leer, apenas puedo contener la impaciencia y sujetarme a mí mismo para no echar a correr en dirección a la librería más próxima.
Por otro lado, no me queda más remedio que reconocer que juzgar sobre la base de rumores o comentarios oídos a terceros no es un buen método. Los puntos de contacto de Harry Potter y Tim Hunter son más accidentales que otra cosa, y si bien ambos personajes parten de una premisa muy similar, cada autor ha desarrollado su universo particular en direcciones muy distintas, ambas igualmente interesantes, pero para nada deudoras una con respecto a la otra.
A primera vista parece que las novelas de Rowling se inscriben en la misma tradición que otras obras inglesas escritas para niños, como puedan ser las novelas de Enyd Blyton. Sin embargo, mientras iba devorando página tras página y disfrutando con cada una de ellas, el modelo que me venía a la mente no eran esos cuatro niños y el perro sino el Guillermo Brown de Richmal Crompton (y, como digresión, no estaría mal preguntarse por qué la literatura para niños parece estar en Inglaterra dominada por las mujeres). Cierto es que Harry carece de esa inconsciencia iconoclasta que caracteriza a Guillermo, pero ambos son niños creíbles como tales, demasiado imaginativos para su propio bien y, por lo tanto, con cierta tendencia a provocar el desastre a su alrededor. Ambos están condenados a sufrir la incomprensión del mundo real (los no-mágicos en el caso de Harry, los adultos en el de Guillermo) y la admiración de sus compañeros (los proscritos y alguna vecinita de Guillermo, los otros aprendices de mago que estudian junto a Harry). Los dos son, hasta cierto punto, outsiders, al contrario que los Cinco, a los que podríamos definir como defensores del establishment. La diferencia más evidente es que Guillermo vive perpetuamente en una infancia que no termina jamás mientras que Harry (al menos así lo ha manifestado Rowling) irá creciendo con cada nuevo libro: apuesta sin duda arriesgada, pues a medida que su protagonista vaya volviéndose adulto, las novelas deberán ir madurando con él, y la tarea no es precisamente fácil.
J.K. Rowling parece haber planificado su obra a largo plazo, y en esta primera novela demuestra una envidiable habilidad en ir introduciendo personajes secundarios, detalles de ambientación apenas mencionados o situaciones casi no narradas que le dan más credibilidad a la historia, al mismo tiempo que van preparando a los lectores para novelas posteriores, donde muchos de esos personajes, detalles o situaciones pueden ir tomando cada vez más importancia. Así ha sido en la siguiente entrega de la serie, Harry Potter y la cámara secreta, donde muchos elementos que en la anterior habían sido dejados en el aire o esbozados muy por encima empiezan a cobrar importancia, si bien aún no son explotados con todas sus posibilidades.
Aunque no dudo que lo serán en las otras novelas ya publicadas y en las que faltan por venir. Creo que ver crecer a Harry Potter va a ser muy interesante.
Rodolfo Martínez
(Reseña publicada originalmente en La página de Rodolfo Martínez)
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