Sospecho que con los libros de Harry Potter ocurre algo muy parecido a lo que en su día me sucedió con Babylon 5 o con Friends: que funcionan por acumulación. Empiezas leyendo el primero, lo acabas, te parece que no está mal aunque no es nada del otro mundo, y al mismo tiempo tienes la sensación de que te ha sabido a poco y quieres más. Así que te embarcas en la lectura del segundo, lo acabas, te parece que no está mal, incluso algo mejor que el primero, que tampoco es como para tirar cohetes pero, vaya, tenía algo, y encima te ha sabido a poco y quieres más. Cuando te das cuenta te has "enganchado" y esperas cada nueva entrega de la serie como si tu vida dependiera de ello.
En este libro se narra el segundo año de Harry en la escuela de magia, y sigue, poco más o menos, el mismo esquema que el anterior. Con la ventaja de que la autora ya no necesita embarcarse en la presentación de ambientes y personajes (salvo algún que otro nuevo) y puede tomarse su tiempo para contar cosas que en la anterior novela habían quedado solo esbozadas o eran poco más que la promesa lejana de una historia.
Su estilo sigue siendo sencillo y directo, y también eficaz, y sigue narrando las cosas teniendo muy claro quien es su público primario y, al mismo tiempo, con mucho cuidado de no insultar jamás la inteligencia de sus lectores. Para un adulto la lectura no resulta del todo satisfactoria, aunque sí lo suficientemente válida como para plantearse continuar con la lectura de la serie, pero tengo la impresión de que para un preadolescente (si es que queda todavía alguno que lea libros en este país nuestro) la novela tiene que parecerle como si se hubiera encontrado con lo que siempre quiso leer y nunca pudo (de hecho, en mi interior hay una voz que suena muy parecida a la mía cuando tenía diez años y que susurra una y otra vez "¿por qué no existían esos libros cuando yo quería leerlos?").
En la reseña del libro anterior dije que creía que ver crecer a Harry Potter iba a resultar interansante. Y así es, aunque el personaje no ha cambiado demasiado en un año: algo más seguro de sí mismo que antes, un poco más asentado en el mundo mágico, pero no se ha convertido de repente en un genio que todo lo resuelve sin que le cueste ningún esfuerzo. Es posible que el personaje esté destinado a convertirse en ese "emperador de todas las cosas" que según algunos críticos parece condenado a lastrar para siempre al género fantástico, pero si es así no parece que esté siguiendo el camino apropiado. Harry Potter sigue siendo un genio con los pies de barro, un niño que tropieza continuamente con sus propios pies y que sale de apuros más por suerte que por su propia habilidad. Y tengo la sensación de que, a medida que vaya madurando, no va a perder esa torpeza, esa cierta indefensión ante el odio no provocado, que le impedirán convertirse en el rey del universo.
Y ahora a esperar a que caiga en mis manos el tercer libro de la serie. Y el cuarto. Y, demonios, ¿cuándo va a salir el quinto?
Rodolfo Martínez
(Reseña publicada originalmente en La página de Rodolfo Martínez)
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