Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay presenta la curiosidad de haber conseguido algo que a priori parecía bastante difícil, ganar un prestigioso premio literario, el Pulitzer, estando ambientada en un mundillo tan denostado como es el de los creadores de cómics. Y no cómics de altura, precisamente. Hecha esta salvedad, a la pregunta de si el libro tiene méritos suficientes para haber sido elegido el mejor de 2001 en Estados Unidos la respuesta sería: sí, pero...
El problema es el de siempre, un libro que hubiera sido extraordinario de quedarse en 300-400 páginas llega casi a las 600 y a mitad de camino se queda sin gasolina. La idea de situar la acción en la Edad de Oro del cómic americano de superhéroes es original y la novela describe muy bien aquellos meses plenos de creatividad, chapuzas y frenesí en que todo el mundo, dibujantes y editores, trataban de conseguir su propia copia de Superman. Y frenéticas son también las peripecias de Kavalier y Clay, trasuntos poco disimulados de Jack Kirby y Stan Lee respectivamente. El primero es un refugiado checo aficionado al escapismo que pasa de huir de Praga de una forma harto curiosa a convertirse en el mejor dibujante de superhéroes de Estados Unidos mientras el segundo es el clásico joven judío acomplejado, a medias patético y a medias entrañable, con la cabeza bullendo constantemente con ideas para hacerse rico. Después de que Kavalier se instale en casa de su primo Clay ambos terminarán formando un formidable equipo creativo y de ahí hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial su vida será un constante ascenso que tras un trágico acontecimiento y el alistamiento de Kavalier en el ejército conocerá un rápido declive.
A partir de ahí la cosa decae y nos encontramos otro ejemplo más de un modelo corriente en la novela norteamericana de posguerra, el protagonista de treinta y tantos años que asiste entre incrédulo y resignado al desvanecimiento de su juventud, sus sueños y el amor, si es que no se vuelve directamente gilipollas. Mientras que la primera parte es vibrante, llena de acontecimientos y personajes de interés (aunque sufra en varios pasajes el síndrome de la estrella invitada) y la segunda que sirve de transición siguiendo la estancia de Kavalier en el ejército entretiene, la tercera es simplemente aburrida. Una nada cotidiana de ciento cincuenta páginas que ni añade ni quita a cuanto se ha leído antes y sirve únicamente para dejar un amargo sabor de boca. Si Chabon se hubiera ahorrado las últimas doscientas páginas tendríamos entre manos un novelón como ya se hacen pocos, con emoción, aventuras, fantasía, protagonistas creíbles y escenas de gran belleza. Por desgracia el tercio final de la novela parece destinado a borrar la sonrisa de agrado que provocaron los dos anteriores y la verdad es que casi lo consigue.
Ramón Muñoz
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