Reflexiones a voces
Arno Schmidt (1914-1979) es una de las figuras más peculiares que ha dado la literatura germana en el concluso siglo XX. Dentro de su variada bibliografía se mezclan novelas, estudios, biografías e incluso programas de radio. Su estilo, marcado por el signo de la experimentación lingüística, le convirtió en un autor difícil de clasificar. Y sin embargo, se podrían encontrar claros paralelismos con la obra de Jorge Luis Borges en cuanto al carácter metaliterario de sus obras y a la ambición erudita que las impregna.
Leviatán, primera obra de Schmidt, escrita en 1949, es un cuento de tendencia realista cuya acción transcurre durante los últimos estertores de la II Guerra Mundial, días en los que el ejército alemán era forzado a realizar una apresurada y trágica retirada hacia casa. Huyendo del desastre, los protagonistas ponen en marcha un tren abandonado que los lleva, finalmente, a un viejo puente semiderruido, a la vez callejón sin salida y fin del viaje. Ésa es toda la historia, pero durante el proceso encontramos en las palabras del protagonista el desarrollo de una cosmogonía propia, nueva explicación del mundo que desempeña a su vez una función alegórica con varios niveles de interpretación posible, pues el Leviatán no es sólo el Universo, sino también la misma Alemania causante de la guerra, o incluso la Humanidad al completo. Llama la atención que en una época en la que la literatura germana decidía huir discretamente de la profundización en el recién terminado conflicto bélico (con contadas y honrosas excepciones, como la del difamado Günter Grass), Schmidt decidiera ir más allá y abordar el significante de la tragedia desde un trasfondo metafísico.
Espejos negros es una novela corta escrita dos años después, de marcada pertenencia al género de ciencia-ficción. Debido a su longitud y al carácter fantástico de la premisa, logra un menor impacto emocional. El viaje del protagonista, en principio único superviviente de la III Guerra Mundial, a través de paisajes abandonados (parecido en decorado al realizado por Wladyslaw Szpilman en el filme El pianista), malviviendo hasta el encuentro con la que será su compañera, logra dejar huella gracias sobre todo a la fuerza de algunas de las continuas reflexiones del protagonista, aunque a la larga, debido al esfuerzo que exige tan original estilo literario, impactante en distancias cortas pero agotador en largos recorridos, acaba por propiciar un cierto cansancio.
En ambas obras se detectan con facilidad algunas constantes del autor, como la influencia del pesimismo de Schopenhauer, el gusto por las especulaciones matemáticas, un radical ateismo y, en correspondencia, una evidente fascinación por lo metafísico. Y por supuesto, la mencionada experimentación formal. Exclamaciones continuas, puntuación forzada o la alternancia de tipos de letra diversos son algunas de las manipulaciones a las que Schmidt somete al lenguaje. Estos artificios, sumados a la mezcla desordenada que el autor hace de los pensamientos del protagonista y de los hechos que le acontecen evitan cualquier tipo de relajamiento en el lector, quien ha de permanecer atento, a la vez que logran transmitir con mayor fuerza la más que palpable carga irónica del contenido.
Este libro, en definitiva, gustará menos al lector medio de cf que a la intelligentsia del género. No sólo por la escasa ciencia-ficción contenida en el primer cuento o por la dificultad para asimilar el estilo de ambos, sino principalmente por tratarse de una obra más enmarcable en el mainstream que en el género fantástico.
Santiago L. Moreno
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