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El último trayecto de Horacio Dos
El último trayecto de Horacio Dos
Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2002

La valía de Eduardo Mendoza como narrador ha sido algo contrastado en numerosas ocasiones. Su mérito como humorista, también. Su capacidad para conjugar ambos elementos es lo que le ha llevado a obtener un respaldo masivo de lectores y una sobresaliente atención de la crítica. Con esa fórmula bajo el brazo, el novelista se encaró, tras el exitoso Sin noticias de Gurb como antecedente, con otro proyecto de ciencia-ficción: El último trayecto de Horacio Dos.

El último trayecto... es un libro de aventuras espaciales con el humor como ingrediente básico y fundamental. En él, nos presenta a un comandante esperpéntico, sin autoridad ni carisma, que dirige una nave de presidiarios (de Delincuentes, Mujeres Descarriadas y Ancianos Improvidentes, para ser más exactos) hacia un destino desconocido a través de la galaxia.

A pesar de la ambientación estelar, pronto se reconoce el decorado cutre y decadente característico del escritor. Sin duda, su peculiar interpretación del humor y su singular elenco de personajes son lo que contribuyen, en buena medida, a ello.

Mendoza utiliza la degradación cómica, ridícula, combinada de una ironía muy particular. Además, hace gala de abundantes coqueteos con el humor del absurdo. El resultado produce un efecto corrosivo y disparatado que funciona por acumulación.

En ese ambiente se mueven personajes grotescos, torpes, corruptos y picarescos, que entran y salen continuamente dejando historias inconclusas, retomadas más tarde. Todo esto, unido a la hilarante labor deductiva de algunos momentos del ensimismado y pasmado comandante, recordarán al seguidor de Mendoza el chiflado protagonista de El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras.

La obra está escrita en forma de diario con un tono pseudoburocrático y retórico. Es un instrumento cómico más; con una finalidad paródica. El lenguaje pseudotécnico comparte la misma función pero, esta vez, sin que se pueda apreciar una mirada sarcástica.

Por otro lado, Eduardo Mendoza sigue practicando su estilo desenvuelto. Parece acumular una maraña de subordinación y expresiones orales pero sabe deshacer el enredo hábilmente con ligereza, dando lugar a un texto ágil y agradable de fácil lectura.

Subterráneamente, por debajo del puro relato humorístico que es el que prevalece en la novela, aparece una sátira de los mecanismos de poder y control. Además, la historia se encuadra en un amargo futuro muy poco halagüeño. Sin embargo, esta especulación tiene un papel tan irrelevante y es tan tópica y manida que ni asusta ni causa ningún otra impresión. Las peripecias de la estrambótica tripulación, por su parte, también se encuentran condicionadas por la comicidad, por lo que no cabe esperar un relato dominado por el sentido de la maravilla. Que todo tenga gracia depende del humor de cada lector pues lo cierto es que, al contrario de lo que ocurre en La aventura del tocador de señoras, la corta extensión excluye el cansancio por repetición.

Efectivamente, este libro no aporta novedades en la técnica de Mendoza ni en su tratamiento de lo cómico. A pesar de ello, El último trayecto de Horacio Dos es una lectura amena y entretenida; una buena novela para pasar el rato.

Ignoro la repercusión que la obra pueda tener para la difusión y acercamiento del género a un público general, dado que su propaganda ha sido notable. De todos modos, lo que no podemos perder de vista es la cada vez más constante exploración de terrenos fantásticos por autores ajenos a ellos. Que cunda el ejemplo y la variedad.

Alberto García-Teresa

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