Antes de que se pusiera en marcha la Compañía del Anillo, antes de la reunión del Concilio Blanco, e incluso antes de la forja de los Anillos de Poder, la historia de la Tierra Media ya conocía el odio, la desgracia y la guerra.
Desde la creación de los Valar (dioses) por Ilúvatar (dios supremo) antes de las Edades, pasando por la canción que forjó el mundo, el nacimiento de los Elfos (Los Primeros Nacidos) y el despertar de los Hombres, la trágica guerra contra Morgoth (El Enemigo) y su derrota final, hasta el ascenso y la caída de Sauron en la Tercera Edad. El Silmarillion es la historia mítica de la Tierra Media, el orígen del mundo, de las razas y de las tradiciones de un mundo. Es una suerte de teogonía, de Ilíada y de Odisea de increible belleza y complejidad.
No obstante es, debo avisar, un libro muy complicado de leer. Sus personajes son innumerables, entran y salen de escena con un ritmo que es totalmente caótico. A veces pasan décadas en una sola página, y otras veces hay un largo capítulo entero sólo para narrar la historia de un personaje o de una batalla. Tan compleja se hace la lectura, que se agradece y mucho el índice-resúmen de personajes que se da al final del libro.
Lo cierto es que Tolkien no fue capaz de darle una forma definida al conjunto de relatos cortos sobre la Tierra Media que había ido escribiendo a lo largo de su vida. Fue su hijo, Cristopher Tolkien, quien tomó el relevo y seleccionó los relatos y las versiones más coherentes y detalladas que había dejado su padre.
Aunque me ha llevado cierto tiempo, la lectura de este libro me ha maravillado. Tolkien se mostró mucho más innovador hace 50 años de lo que consiguen las franquicias de fantasía hoy en día. Así, por ejemplo, frente a los elfos benevolentes que uno espera encontrar en un libro de este género, Tolkien nos presenta a un pueblo orgulloso y arrogante, que sin ser realmente malvado sí que cometerá traiciones, asesinatos y guerras injustas; frente a la novela con protagonista heróico pero cargado de problemas y cercano a la mentalidad del lector potencial (es decir, el freak quinceañero que lee comics y juega al rol), Tolkien ofrece un sinfín de protagonistas que se van encargando de hacer avanzar la historia. Algunos apenas aparecen en un capítulo, otros pasan a ser secundarios después de una larga intervención. Los personajes aparecen y mueren, cambian, y siempre con un comportamiento épico que los hace muy cercanos a los personajes de la tragedia griega, y muy distantes del protagonista buenazo de las novelas de Dungeons & Dragons (y por ende, de nosotros).
Quizá por eso lo mejor sería que el lector se acercara a este libro una vez leídos otros escritos de Tolkien, o corre el riesgo de perderse entre los épicos relatos y el extraño planteamiento que posee El Silmarillion. Aunque complejo, una vez se ha entrado en el mundo de J.R.R. Tolkien uno se siente sorprendido y fascinado, y todo le parece nuevo y maravilloso, y a cada capítulo nos es cada vez más difícil cerrar las páginas del libro.
José Joaquín Rodríguez
|