La intención es lo que cuenta
En estos tiempos en los que el paisaje literario de nuestro país muestra una ostentosa monotonía debido a que los escritores consagrados no hacen sino repetirse y no parece publicarse otra cosa que memoriales sobre la guerra civil y novelas pseudonegras protagonizadas por perdedores acartonados o cuarentonas en pleno inventario vital, la concesión de un galardón tan señero como el Nadal a un escritor como José Carlos Somoza (La Habana, 1959), que con cuatro novelas ya en su haber y una quinta por publicar se ha convertido en uno de los autores más radicales e imaginativos del momento, merece un aplauso, pero también una reflexión. Cualquiera que haya podido leerle, convendrá en que las novelas de Somoza no son perfectas, y el hecho de que tres de ellas hayan obtenido galardones dice más de la carencia de buenos argumentos en nuestra novelística que de su posible talento, que lo tiene, indudablemente. Somoza, lúdico y moderno, construye tramas de una originalidad poco frecuente por estos pagos y suele desarrollarlas sin complejos, apostando duro por los retruécanos de la intriga y las vueltas de tuerca, por los guiños más o menos cultos, por la experimentación metaliteraria, por el divertimento con fondo. Independientemente de lo que consiga obtener de sus arriesgadas propuestas, eso le convierte en un escritor de atractivas y estimulantes solapas, que es lo que vende hoy en día, pues tal y como está el patio, con la intención parece bastar.
De todas formas, con Dafne desvanecida, Somoza casi roza la perfección, entendiendo por ello que una novela resulta perfecta cuando sus objetivos y sus resultados coinciden. Con la coartada de un argumento de misterio muy sencillo -la búsqueda por parte del protagonista, un afamado escritor amnésico, de una desconocida de la que sospecha estar enamorado- Somoza construye una alegoría donde todos los tópicos relacionados con la creación literaria son encarnados en personajes y situaciones, una especie de ensayo ficcionado, podría decirse. Aunque la peripecia que el desmemoriado escritor lleva a cabo en esta obra resulta más atractiva y ágil que la que compone el cinéfilo taciturno de La ventana pintada, novela que obtuvo el Café Gijón, también es cierto que se echa a faltar la tragedia contrapuesta de su vida cotidiana, que en la novela mencionada ejercía de oportuna plomada, evitando el escoramiento de la trama hacia un absurdo sin asideros reales, como ocurre en la novela que nos ocupa. El predecible y algo inverosímil final sujeto al nada es lo que parece de Dafne desvanecida, con el protagonista recorriendo de madrugada el edificio de su editorial y sorprendiendo las bambalinas de la odisea que acaba de protagonizar -escena que remite al descubrimiento final de Michael Douglas en The Game, obra con la que esta novela guarda sospechosos parentescos- no empaña sin embargo el buen rato causado por la lectura de una novela lúdica e imaginativa, tramada por un autor ingenioso cuyo siguiente paso resulta imposible de adivinar.
Félix J. Palma
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