Yo no mato porque escribo, pero si algún día el lumbago me impide reclinarme sobre el ordenador empezaré a resultar peligroso, confesó para regocijo del personal el guionista de televisión Cristóbal Ruiz (Málaga, 1966) en la presentación de su primera novela, El Loco Wonder. ¿Y qué narra esta obra cuya confección ha mantenido adormecidos los instintos homicidas de su autor? Pues tras su divertida lectura, uno apenas puede imaginarlo escribiendo algo diferente a la novela que ha publicado. Aunque etiquetada en la solapa como una obra que pretende parodiar ese género tan americano del psicópata de carretera, ubicando la peripecia en nuestra castiza piel de toro, El Loco Wonder pronto trasciende sus límites merced a una prosa de envidiable brío, sentimental y bufa, pero fundamentalmente a la hábil disección de un tema tan manoseado como el amor y sus suburbios.
El título de la novela es el alias que recibe el inestable José Leira tras asesinar a su novia en un arrebato de celos, estrangulándola con un Wonderbra. A partir de ahí comienza su delirante huida por el país, enrolado como guionista-basura en el Karaoke de Tele 5, abandonado a los cuidadados del whisky y dando rienda suelta a sus raptos de rabia cuando el peso de la noche se vuelve insostenible. Este calmo descenso a los infiernos pronto se ve interrumpido por la figura de un ángel con apariencia de quinceañera: la lesbiana Ángeles, hija de la dueña de la pensión madrileña en la que Leira recala en cierto momento de su itinerario y con la que no podrá evitar iniciar uno de los idilios más hermosos y condenados que se han escrito nunca. La novela está jalonada de episodios memorables, como la seducción de la niña Ángeles durante unos vinos -una charla casi a tiempo real en la que Leira despliega su particular visión del mundo: una cruzada subterránea y deleirante entre buenos y malos- o la conversación que el personaje mantiene con Felipe, el relaciones públicas de un hotel con pretensiones de escritor, cuya resignada existencia el implacable Leira pondrá patas arriba sin miramientos, induciéndolo incluso al asesinato de su novia de siempre. Pero aparte de la perversión del subgénero del psychokiller, El Loco Wonder es sobre todo la creación de un personaje entrañable, al que perdonamos todos sus pecados cuando, al final de la novela, le contemplamos encarar a la pasma con la bravura de los condenados y una pistola cargada con el pintalabios de Ángeles, la muchacha que al amarle le devolvió la fe en las mujeres.
Félix J. Palma
|