La única novela que escribió Edgar Allan Poe es, seguramente, su obra más polémica. El tiempo ha coronado a la mayoría de cuentos del autor como clásicos indiscutibles de la literatura, arrojando sobre Poe, además del título de maestro supremo del terror, el blasón de la paternidad de la novela de detectives. Son tan populares sus relatos cortos que ni siquiera hace falta mencionarlos. Esa unanimidad de criterios se rompe, sin embargo, con esta Narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket, en la que el Poe más complejo despierta disparidad incluso entre sus más insignes hermeneutas.
El libro, en realidad, es la crónica de un viaje, una odisea que transcurre por los cauces del más crudo realismo para devenir, finalmente, en aventura de irresoluto cariz fantástico. Las peripecias marítimas del señor Pym, a pesar de la innatural sucesión de momentos pavorosos, de situaciones inmersas en el más puro horror humano (claustrofobia y catalepsia, amotinamientos sangrientos, antropofagia y buques fantasma), muestran un realismo poco usual, un aire de veracidad al que sin duda contribuyen las continuos referencias documentalistas con que Poe salpica la novela, y que no resultan extrañas en manos de un personaje que dice estar recordando acontecimientos vividos que le marcaron profundamente.
Sin duda, el origen de la controversia en esta obra reside en los sorprendentes últimos capítulos, que abundan en un tono fantástico chocante con el realismo expuesto anteriormente. Ese elemento último no resulta ser el natural desenlace de algo previamente insinuado en la historia (ni siquiera sutilmente, ese arte en el que el maestro argentino Bioy Casares sería después el máximo exponente), sino que responde a una aceleración de sucesos inauditos forzada por el autor, hasta tal extremo que le resulta imposible, más allá de cierto punto, continuar la narración. Poe opta por una finalización abrupta, escatimando al lector su conclusión natural.
Es el mismo escritor quien parece dar la clave del misterio. Incluido como personaje de la novela, dice de él mismo que nunca llegó a creer en esta última parte del testimonio del señor Pym, lo que no deja de ser una ilustrativa confesión de los motivos por los que la novela podría haber acabado tan abruptamente. El final, repleto de sugerencias que el lector ha de concluir con la imaginación, parece señalar intenciones alegóricas, aunque Julio Cortázar, prologuista de esta edición, asegura que Poe siempre se desmarcó de este tipo de apreciaciones. Si se acepta esto, se puede deducir que, quizá, la única forma de hacer creíble todo el conjunto era dejarlo inconcluso.
El interés que despierta el desarrollo de esta historia es tan intenso que el primer sentimiento que aborda a quien concluye su lectura es el de ansiedad y anhelo por continuar con los avatares del experto en supervivencia señor Pym. Sin embargo, cuando al cabo se considera el resultado global, es difícil no concluir que se ha experimentado, tal como está, el disfrute de una obra magna. Las influencias e influenciados por este libro son muchos: Defoe, Coleridge, Stevenson, Hodgson, Verne o Lovecraft aportan o beben de las aventuras marítimas de Arthur Gordon Pym. Grandes nombres para tratarse de un error. Aún así, esta polémica sobrevivirá al tiempo. Para algunos seguirá siendo una novela fallida, para otros, sin embargo, una genialidad totalmente intencionada.
Cuéntenme entre estos últimos.
Santiago L. Moreno
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