La primera noticia que tuve de la existencia de este libro me llegó gracias a las páginas del diario El Mundo, lo cual me dejó bastante impresionado teniendo en cuenta el género al que pertenece. Cuando poco después lo oí anunciado en una emisora de radio, empecé a preguntarme quién demonios editaba una ucronía y tenía suficiente moral o dinero (o las dos cosas) como para darle tal respaldo publicitario a una obra de ciencia-ficción. Así que, picado por la curiosidad, me fui a mi Hipercor más cercano y me puse a buscar la obra donde debía de estar, es decir, en la sección de fantasía y ciencia-ficción. Como no la encontraba, empecé a sospechar que ni con semejante despliegue de medios habían conseguido sacar la obra de Robinson del gueto ése, pero como último recurso decidí preguntar a una de esas señoritas tan monas que contrata El Corte Inglés, quien me remitió a la sección de los más vendidos. Ni que decir tiene que la sorpresa fue mayúscula, aunque empecé a comprender cuando estuve delante de aquel tocho de setecientas y pico páginas editado por Minotauro (es decir Planeta). Del precio prefiero ni hablar porque iba decidido a hacerme con él aunque me viese reducido a pan y cebolla durante el mes siguiente.
Empecé su lectura con bastantes precauciones, aunque he de decir que la única ucronía-best seller que había leído hasta el momento (Patria de Robert Harris) me había entusiasmado; qué le voy a hacer, cada uno tiene sus perversiones. En este caso, la trama comienza cuando toda la población europea muere por la Peste Negra de 1348 y por tanto la Historia del mundo cambia. A partir de ahí, Robinson inicia una tarea ingente: nada menos que contarnos toda la Historia de esta realidad alternativa hasta el año dos mil y pico, lo que no es nada nuevo en el autor, si tenemos en cuenta su serie sobre la colonización de Marte, aunque a mi manera de ver es el mayor problema del libro, que acaba haciéndose muy pesado hasta para un fanático de las ucronías como el que suscribe y que probablemente habría quedado mejor acabado si la historia se hubiese contado en dos libros o una trilogía.
Y es que lo que empieza siendo una serie de relatos ucrónicos muy logrados, con una inmersión total en la vida cotidiana de las culturas china y musulmana (que son las que heredan el mundo al perecer occidente) que hace esforzarse al lector para comprender lo que está pasando, acaba hacia la página cuatrocientas y pico cuando el autor parece cansarse de la novela y empieza a dar más importancia a las parrafadas de los personajes que nos cuentan la Historia o simplemente al narrador que hace lo propio, como es el caso del capítulo de la Guerra Larga, siendo cada vez menos importantes las tramas en las que están envueltos los protagonistas.
Sobre la Historia que Robinson va fabulando a lo largo del libro hay bien poco que decir, dado que, como él mismo dice, el género contrafactual da una gran libertad a la imaginación. A mi entender es un acierto, no obstante, la manera de unir un relato con el siguiente utilizando el recurso de la reencarnación, así como la profundidad de las ambientaciones de los relatos, aunque esto último se va perdiendo, como ya se ha dicho, según llegamos al final del libro. No me gusta, sin embargo, y es algo totalmente subjetivo, la forma en la que el autor desarrolla su Historia, porque aunque es obvio que en cualquier realidad tendría que haber acabado existiendo un Cristóbal Colón, un Leonardo y una Madame Curie, por poner algunos ejemplos, no parece que a Robinson se le ocurra que las cosas podrían haber ocurrido de otra manera, en otro momento anterior o posterior al que tuvieron en la Historia real. Así, tenemos una guerra que dura sesenta años y que podría ser el trasunto de las dos guerras mundiales y la guerra fría unidas en la que hay un holocausto de judíos, los pocos cristianos que quedan y algunas otras minorías. Es como si el autor creyese que la humanidad está condenada a repetir los mismos errores aun con los enormes cambios culturales que expone. Y ahí otra de las cosas que me repelen del libro, y es que es increíble que el autor postule una humanidad repartida entre China y el Islam en la que ninguna de las dos sociedades es capaz de evolucionar nada casi hasta el final del libro, donde, eso sí, se nos explican cientos de teorías ad hoc sobre el por qué de la sumisión de la mujer en ambas culturas que acaban teniendo un tufillo a proselitismo cristiano (pues el cristianismo es la única religión que puede hacer triunfar la igualdad y la individualidad en todos los sentidos, al parecer). Además, Robinsón no ha sido capaz de despojarse de sus prejuicios ni de su anglocentrismo, y encontramos momentos realmente delirantes como uno en el que se nos hace creer que en la Inglaterra medieval de antes de la peste ya estaba presente el germen de los que luego sería la Revolución Industrial, u otro en el que refugiados islámicos repueblan Europa, y parece que ello les hace más tolerantes y con ideas más avanzadas (¿será el clima?). Pero es que además encontramos algunos errores de bulto que parecen debidos a prejuicios que le impiden hacer sus deberes, como cuando dice que en la España anterior a 1348 ya estaba presente la Inquisición, o cuando atribuye a los indios la costumbre de cortar cabelleras, que fue introducida por los europeos y por tanto no debía estar presente en una Historia sin ellos.
Otro error a mi entender, aunque la verdad es que al tratarse de un mosaico de enormes dimensiones como éste que trata de abarcar toda la Historia desde la Edad Media es más comprensible, es que predomina totalmente el punto de vista filosófico religioso, lo que hace que nos presente un mundo en el que las ideas políticas no se han desarrollado en absoluto, o lo han hecho muy embrionariamente al final del libro, constreñidas por lo religioso en el caso del Islam o por su famosa burocracia en el caso de China. Además, el uso que hace de la reencarnación le lleva a tratar la Historia a lo largo de todo el libro como algo que tiene un objetivo, la mejora del ser humano, aunque al final parezca querer desmentirlo con uno de sus personajes, y es que ése es otro de los aciertos de la obra: su amplitud permite que haya personajes que expresen una idea y otros cien páginas después que expresen la contraria, aunque esto no quita para que uno se pase todo el tiempo temiendo que el autor le quiera llevar al huerto.
En definitiva, la obra de Robinson es tan larga que tiene momentos muy buenos en todos los sentidos y momentos realmente indignantes por lo superficial y lo tendencioso de su contenido. Es un libro que encantará a pesar de todo a los amantes de las ucronías -podríamos decir que es la madre de todas las ucronías-, pero que quizás sea demasiado denso para un público general, al que puede echar para atrás la sucesión de historias más o menos inconexas que no son demasiado frecuentes en los best sellers al uso.
José Antonio del Valle
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