Existen dos clases de libros -bueno, hay más de dos, pero en este caso vamos a resumir-: los que describen a una mujer diciendo que se parecía a Sandra Bullock y dejan a la imaginación del lector el resto de los detalles, y los que no. La protagonista de Sleeper se parece a Sandra Bullock. También sabemos que es herpetóloga -experta en reptiles y anfibios-, y que tiene un padre con demencia senil. Ah, y se enamora del otro protagonista, un militar con un brazo mecánico, y ambos se ven obligados a recurrir a los Navy SEALs cuando un híbrido de humano y dinosaurio, creado (cómo no) por los nazis, despierta en las profundidades del Pentágono y comienza a devorar obreros que trabajan en la reconstrucción del edificio tras los atentados del 11 de septiembre, y deben resolver la crisis rápido porque el Presidente y el Ministro de Defensa rusos van a visitar el complejo y... y...
No voy a ocultar que Sleeper es, como obra literaria, más bien tirando a pobre. Sin embargo, oigan, uno tiene derecho a satisfacer sus debilidades. Adoro las novelas de bichos asesinos. No me puedo resistir a ellas. Me he leído todo lo que se ha publicado de Peter Benchley después de Tiburón (tiene una novela sobre un devorador submarino... ¡creado por los nazis! ¿Por qué siguen recurriendo a Hitler cuando tienen a al-Qaeda tan cerca?). También consumí hace años un engendro titulado MEG, de un sujeto que para describir cualquier cosa te daba sus medidas exactas (el megalodon, de treinta metros de longitud, enfiló la lancha, de diez metros, y recorrió a toda velocidad la media milla que...). La escasez de títulos en castellano me conduce, en tiempos de síndrome de abstinencia, a resignarme al esfuerzo -pequeño: no son obra de Ian McEwan- de leerlos en versión original.
¿Y qué tal con Sleeper? Pues tan ricamente: se lee de una gozosa sentada, da los giros argumentales justos, unos cuantos sustillos, persecuciones por los túneles subterráneos bajo el complejo militar más grande del mundo, unas lagrimillas aquí y allá por aquello de honrar a los caídos en pos del engendro mutante en cuestión, y ya está. Trescientas y pocas páginas de despiporre y diversión sin complejos, como los ministros alférez de nuestro Gobierno. Como toda novela con vocación de best seller, no es más que un guión cinematográfico ingenioso con unos cuantos incisos de ambientación. Tiene su introducción sangrienta -tampoco en exceso, se supone que es un libro para el gran público-, el nudo, en el que se van desenmarañando las Oscuras Conspiraciones De Los Servicios Secretos Nazis, y su clímax, bastante poco común en este tipo de relatos, puesto que el monstruo no muere cuando el héroe hace explotar la dinamita/bote de oxígeno que milagrosamente ha ido a parar a su boca (al comerse al partenaire gracioso, por ejemplo), sino que hace mutis de una manera bastante más sutil, y hasta diríamos que entrañable.
En resumen: es un libro barato, y si regresó usted a la adolescencia con The Relic (novela de Douglas Preston y Lincoln Child y consiguiente película), Deep Blue Sea, Mimic o Deep Rising, no lo dude. Únase al club de los que añoramos tiempos mejores en los que los asesinos de los cuentos de miedo no eran sólo émulos de Hannibal Lecter.
Alberto Cairo
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