Dice Alfredo Lara en su introducción que la presente novela, como el resto de la obra de Rider Haggard, tiene lectores para los que huele a meriendas de pan y chocolate, pantalones cortos y regalo de cumpleaños de tía Marta, es decir, que la consideran con condescendencia una obra meramente juvenil, y otros que realmente la valoran de una forma mucho más seria. He de decir que mi contacto con la mayoría de las obras de Rider Haggard se ha producido más frecuentemente en las pantallas del cine o la TV, en versiones mutiladas para niños y en aquellos volúmenes de adaptaciones al cómic que publicaba Bruguera hasta finales de los 80 que por la lectura de la obra completa según salió de la pluma del autor, y he de decir también que en este caso me ha servido para pasar de uno a otro de los grupos que mencionaba Lara. Me parece que la obra de Rider Haggard, aparte de las aventuras en escenarios exóticos y el misterio de la trama, está llena de matices que difícilmente van a captar esos lectores de pantalones cortos y pan y chocolate. Por ello, hay que agradecer a la editorial Valdemar que nos traiga ésta y otras muchas obras presuntamente juveniles que eran bastante difíciles de encontrar fuera de las ya comentadas ediciones para niños.
La trama comienza cuando Horace Holly es nombrado tutor del hijo de un amigo que acaba de fallecer y albacea de una extraña herencia: un cofre con la historia de la familia del niño, Leo Vincey, que no puede ser abierto hasta que éste sea mayor de edad. Al cumplir los 21 años, el joven Leo descubre a su antepasado, el sacerdote Calíkrates, que se enamoró de una princesa egipcia y huyó con ella hasta África, donde fue asesinado por una extraña reina inmortal. Durante milenios, la historia ha ido pasando de padres a hijos en espera de que llegue el día en que alguno de ellos vuelva al lugar del crimen y vengue a Calíkrates. Con ello, el joven Vincey decide viajar a África, acompañado de mala gana por su tutor y su criado Job. En África vivirán mil aventuras y llegarán hasta el pueblo de los amahagger, una cultura de piel blanca y hábitos antropófagos que habita en la costa oriental del continente negro, y hasta su reina, ELLA, Ayesha o la que debe ser obedecida, una mujer aparentemente inmortal que reina sobre los amahagger y las ruinas de la fabulosa ciudad de Kôr.
A Rider Haggard se le ha considerado con justicia el gran narrador de aventuras en África, en la que ciertamente vivió y que por tanto conocía muy bien. En 1885 alcanzó el éxito con Las minas del rey Salomón, donde creó a su héroe más famoso, Allan Quatermain, recientemente rescatado por Alan Moore en su cómic La Liga de los Caballeros Extraordinarios, y en 1887 publicó Ella, su segunda obra más conocida. El África literaria de Rider Haggard está repleta de los misterios que por aquel entonces otros buscaban en las selvas de Asia y Oceanía, las tierras polares e incluso el espacio exterior de una manera embrionaria. Además, el África de Rider Haggard es una magnífica fuente de información sobre lo que pensaba la sociedad británica de finales del XIX y principios del XX. Así, los amahagger, pese a ser una raza degenerada y caníbal, son de piel blanca, puesto que se supone que descienden de los pobladores de la magnífica Kôr, que una vez dominó el mundo, algo muy frecuente en otros autores de la época o un poco posteriores como Howard o Rice Burroughs, que suelen pintar civilizaciones de piel clara perdidas en mitad de selvas pobladas por salvajes negros. Es interesante también la misoginia de la mayoría de los personajes de la obra, así como la de la obra misma, donde la reina inmortal no puede sino ser mala, dejando bastante claro el papel de la mujer en una sociedad maniquea hasta límites difíciles de sospechar; incluso, rizando un poco el rizo, podríamos estar ante un intento de describirnos en lo que se convierte una mujer sin un hombre a su lado durante dos mil años: de hecho, al final... pero mejor que lleguen ustedes hasta ahí. En cualquier caso, las pasiones de los personajes de Ella no son lo que podríamos decir las más apropiadas para lectores demasiado jóvenes: una reina que asesina por celos; un viejo horriblemente feo y misógino con una moralidad presuntamente intachable de caballero inglés que acaba bebiendo los vientos por la reina asesina, que, por lo demás, está enamorada de su joven ahijado; un criado al que le repugnan las mujeres y que prefiere vivir toda su vida junto a su señor y al joven ahijado de éste (y al parecer eso estaba cerca del ideal victoriano, donde a las mujeres no se les encontraba un lugar con tanta facilidad como parece)... en fin, todo un culebrón. Además podemos encontrar efectos dramáticos que más tarde van a ser frecuentes en el cine de terror, como la escena de la muerte de Ayesha, que bien pudiera ser la bisabuela de todas ésas en las que el pobre vampiro de turno queda reducido a polvo (y que tampoco resulta demasiado edificante para un lector impresionable): no hay nada nuevo bajo el sol. Se le podría, eso sí, echar en cara al autor la forma en que resuelve la novela, demasiado apresuradamente para mi gusto, pero puede ser que ya estuviera pensando en las secuelas, que las hay, aviso.
Con todo lo anterior, la verdad es que Ella me parece una obra bastante recomendable para los aficionados a la fantasía que desconocen que hay grandes obras fuera de las franquicias y series modernas, y me parece también que es necesario reivindicar que una novela no tiene que ser necesariamente juvenil por el hecho de tener más de cien años.
José Antonio del Valle
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