Ray Bradbury no necesita presentación. Es uno de esos escritores que todo el mundo conoce, y basta mencionar un par de libros suyos para que todo el mundo sepa quién es. Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 son sus obras más conocidas de ciencia-ficción, aunque también ha trabajado en Hollywood escribiendo el guión para la película Moby Dick de John Huston. Vamos, que Bradbury es todo un personaje, hasta tal punto que en mis clases de Literatura Norteamericana Contemporánea abarca parte de un capítulo llamado "La ficción popular".
Y aquí es cuando les comunico que a mí Bradbury no me gustaba.
Sus Crónicas marcianas me parecen curiosas, aunque no dejan de ser cowboys contra indios, y eso no es muy original que digamos en un país en el que, durante esa época, las novelas y películas del Far West eran muy populares. Fahrenheit 451, lo siento mucho, pero no me gustó en absoluto. Creo que hay otras novelas parecidas en temática, y que tocan mejor el tema (y desde luego lo rematan muchísimo mejor).
Sin embargo, un amigo me contó que Bradbury también escribía terror, y con bastante acierto. Y como parece que Minotauro le está dando un empujón muy fuerte a la obra de este novelista, me encontré ante una cantidad bastante amplia de novelas en formato de bolsillo para elegir. La primera fue La feria de las tinieblas, y de antemano afirmo que no será la última de terror que lea de Bradbury.
Un pueblo pequeño, personajes casi adolescentes, una feria misteriosa... Aunque en principio pudiera parecer un relato de Stephen King (que parece ser que se empapó de Bradbury antes de comenzar su carrera como escritor), la forma de escribir de Bradbury resulta muy barroca. Dice el texto que publita el libro que es una maravilla de la literatura gótica de terror, pero me parece muy poco acertado. Bradbury se aleja de los escenarios góticos, y situa la acción en los años cincuenta con los problemas típicos de esa época. Sus personajes están llenos de dudas, de sentimientos contradictorios, del deseo de haber hecho las cosas de una forma diferente. Y sobre todo, tienen el deseo de cambiar, de no ser tan inexpertos o tan viejos, de ser más valientes o de no ser tan arrojados. Son personajes, en el fondo, muy humanos, llenos de dudas.
Bradbury plantea la situación de una feria que ofrece cumplir los sueños de la gente. Devolver la juventud a los adultos, otorgar la madurez a los niños, etcétera, mediante el uso de las extrañas atracciones. Pero esto tiene un precio muy peligroso que nadie cuenta a quienes aceptan los regalos de la feria. Dos niños, James Nightshade y William Halloway, descubren el peligro que se cierne sobre su pueblo. Lejos de ser pesonajes heróicos y maduros, su corta edad les hace desear aprovecharse de la feria en un primer lugar, y en un segundo momento no sabrán cómo enfrentarse a los poderes que les acosan.
Con unas frases recargadas, escenas llenas de sensaciones y pensamientos, Bradbury nos conduce por una novela donde la acción queda supeditada a los sentimientos de los protagonistas y de los pocos aliados que les rodean. Y ojo, eso no quiere decir que no encontremos acción, todo lo contrario, pero ésta solo aparece en la última parte del libro. Así, en trescientas páginas justas que tiene la novela podemos ver la presentación de los personajes, descubrir los orígenes de la feria (o al menos intuirlos entre las brumas y el misterio que la envuelven) y por último ver el enfrentamiento y las duras decisiones a los que los personajes se enfrentan para liberar las almas del pueblo.
Es un Bradbury diferente, muy capaz de contruir atmósferas tenebrosas a partir de elementos que nos son conocidos gracias a las películas norteamericanas (el pueblo pequeño del medio oeste, la feria ambulante, los monstruos de feria...). Un Bradbury que merece ser leído y redescubierto, y que seguramente agradará a sus antiguos fans y sobre todo a los amantes del terror.
José Joaquín Rodríguez.
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