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El percherón mortal
El percherón mortal
John Franklin Bardin
Título original: The Deadly Percheron
Trad. César A. Aira
Col. Byblos
Ediciones B, 2004

Los devenires del mercado editorial son inextricables, pero a veces nos dan satisfacciones inesperadas. En la actualidad, es casi imposible encontrar en las librerías las obras maestras clásicas del género policiaco estadounidense de autores como Ross McDonald, Ed McBain, Horace McCoy o Donald Westlake (por citar cuatro ejemplos obvios). Sin embargo, las novelas de John Franklin Bardin, autor de los años cuarenta que no aparece ni siquiera citado en obras como la Encyclopedia Mysteriosa de William De Andrea, pese a haber sido malsaldadas en su anterior edición de bolsillo en Ediciones B, son recuperadas apenas cuatro años después en el lanzamiento de la nueva colección de bolsillo de la editorial, Byblos, junto a autores de garantía comercial como Michael Connelly o Patricia Cornwell.

Incomprensible. Pero afortunado. Por una vez, la razón para la insistencia está en la fe de alguien en la calidad de estos libros poco conocidos, pero con incuestionables valores. Para empezar, algo tan ajeno a buena parte de la literatura de hoy como el deseo de enganchar al lector casi desde la primera página con un planteamiento original que obliga a la lectura hasta el final. El doctor Matthews, un psiquiatra neoyorquino de creciente prestigio, recibe la visita de un joven paciente, Jacob Blunt, que quiere saber si está loco o no. La razón es que se encuentra trabajando para tres duendes, tres leprechauns irlandeses, que le pagan por: repartir veinte dólares en monedas de cuarto de dólar, silbar cancioncillas populares durante conciertos de música clásica y ponerse una flor exótica (cada día una distinta) en el pelo. El psiquiatra acude a una cita de Jacob con uno de los duendes y se encuentra que el enano en cuestión no sólo existe, sino que ha decidido ascender a Jacob y encomendarle una nueva y más compleja tarea: entregar a domicilio un caballo percherón a la primera cantante de una comedia musical. Si hay alguien que no quiera seguir leyendo tras un arranque semejante, pues bueno, sólo me demostrará que hay gente para todo.

Vale, sí: a priori, es puro pulp. Sin embargo, pronto advertiremos que la novela tiene cualidades que le dan un valor adicional. Para empezar, la sutileza con la que, desde su narración en primera persona a cargo de George Matthews, seguimos los razonamientos de un experto en psiquiatría; seguramente, con unas lecturas elementales y un poco anticuadas a día de hoy, pero que reflejan bien aquella época en la que la humanidad confiaba en curar las heridas de la guerra mundial con un estudio detallado de la mente -no en vano, la novela es contemporánea de obras como Recuerda, de Hitchcock-. Por otro lado, por la capacidad de Bardin para ir sumando sorpresas prácticamente a cada paso; la novela pega dos giros de ciento ochenta grados, que no he mencionado más arriba, en las primeras ciento veinte páginas, y eso sin que suponga que se desactive el impacto inicial, cuya explicación queda pospuesta. En este sentido, Bardin me recuerda a otros grandes generadores de emociones como Edgar Wallace o William Irish, aunque supera al primero en honestidad con el lector y al segundo en osadía.

Naturalmente, la novela no es redonda. El final, aunque es el único posible después de que Bardin vaya tapiando cualquier otra posible salida, tiene el inevitable regusto a "materialización", a decepción, que acompaña a un planteamiento tan alambicado como el que se ha construido ante nuestros ojos. El estilo no pasa de correcto, con numerosas reiteraciones narrativas con regusto a centavo la palabra.

Pero El percherón mortal se sobrepone a esas carencias para presentársenos como testimonio de una época maravillosa de la literatura, cuando los sueños locos no eran una excusa posmoderna para la autoparodia, sino el material sobre el que construir relatos honestos. Una era de coristas casquivanas, seres deformes, policías cínicos y mujeres misteriosas, personajes todos ellos presentes en la trama. Una época en la que un hombre podía perder su vida y rehacerla con esfuerzo, en la que la aventura era aún un rasgo urbano posible. Ojalá encontraran muchas otras novelas absorbentes de esa época, como las obras de Bardin, su camino hacia el lector contemporáneo. Tal vez redundaría en beneficio del propio crecimiento de la literatura.

Julián Díez

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