[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]
El buda de los suburbios
El buda de los suburbios
Hanif Kureishi
Título original: The Buddha of Suburbia
Trad. Mónica Martín Bergagué
Col. Contraseñas nº 85
Anagrama, 1998

Llego con retraso, lo admito, a este libro que tuvo hace media docena de años su momento de veneración colectiva. Fue uno de esos libros que de repente parece que está leyendo de forma simultánea todo el mundo, que surgen en las conversaciones, que los enterados citan de pasada en los foros internáuticos o los artículos de la prensa gratuita de Chueca. En fin, uno no tiene tiempo para todo. Además, admito que tengo mi muy snob resistencia a dejarme llevar por ese tipo de corrientes.

Por otra parte, debo decir que esas corrientes subterráneas, a diferencia de las motivadas por los best sellers más al uso, suelen tener razones de existir. Tomemos por ejemplo uno de los que toca ahora, Happiness, que reseñé en esta misma página. Bueno, igual no es una novela para enloquecer y dar un nuevo giro de brillante descubrimiento a una vida, pero vale la pena: tiene mala leche, se lee con gusto, esas cosas.

Las razones de que El buda de los suburbios pasara por ese momento de popularidad son sencillas: es una historia de Londres, escrita por el guionista de películas de culto tan característicamente londinenses como Mi hermosa lavandería. Como en aquélla, tenemos a un protagonista étnico (en este caso indio), que intenta entrar en la dinámica sociedad inglesa, mantiene aventuras bisexuales y conoce a personajes característicos. Todo ello tiene un aire que remite inmediatamente a esas estancias en casa de moqueta guarra, con tres meses trabajando en el Burger King para aprender inglés, que mi generación (los de los actuales treinta y tantos) convirtió en un masivo rito de iniciación a la madurez (aunque, para ser sinceros, yo escapé a él y por circunstancias de la vida encontré mi Shangri-La de la modernidad en París; sin embargo, he escuchado tantas batallas al respecto que me doy por duchado con agua fría y secado sobre la moqueta raída en cuestión, utilizada con luctuosa falta de gusto e higiene hasta en el baño).

Como si Kureishi supiera del choque cultural que la decoración inglesa supone para la mentalidad española, hay incluso bastante de detallismo decorativo en su novela. Seguimos las aventuras de un inglés de segunda generación, Karim, que ve cómo su vida adolescente apacible se quiebra cuando su padre se enamora de una excéntrica señora inglesa, deja a su mujer y se convierte en un gurú suburbial a golpe de fórmulas de manual chungo. Con diecisiete años, Karim decide ir con su padre, entre otras cosas porque el hijo de la señora es el guaperas de su clase y quiere liarse con él. No lo conseguirá, pero a través de los contactos de la mujer conseguirá irse introduciendo en el bullicioso Londres de mediados de los años setenta. Ante sus ojos pasarán los últimos estertores del hippismo, la eclosión del punk y hasta los primeros yupis, en tanto él va encontrando un rinconcito en la vida suficiente para seguir tirando. A la vez, mantendrá el contacto con sus raíces a través de su excéntrica familia, en particular por la pareja que conforman una amiga de la infancia y su esposo "de conveniencia", Changez, personaje que es con mucho lo más brillante de la novela: un indio contrahecho, vago, putañero, algo atontolinado, con ambiciones culturales pero limitadas a las novelas de Harold Robbins, profundamente entrañable.

Al margen de este personaje y algún otro memorable (como el barrendero pelmazo adoptado por la intelligentsia teatral londinense como "voz del pueblo"), el aspecto más fuerte de El buda de los suburbios está en el citado retrato de época. Kureishi ha explicado en alguna ocasión que pretendía hacer "una novela histórica" de un momento convulso reciente, y en verdad hay algo en el distanciamiento irónico de Karim que nos remite a un narrador situado en una perspectiva posterior, que recuerda con cariño pero también con escepticismo esa era de rupturas ingenuas, en las que al final ni siquiera el fenómeno punk consigue eludir el amansamiento en forma de producto de consumo comercial. Ese distanciamiento en ocasiones parece inclinarse hacia una frialdad documental; sin embargo, y pese a resultar más cercano el periodo tratado, el resultado no consigue transmitir la perdurable impresión que causa por ejemplo una novela a la que ésta me remitía continuamente, el Adiós a Berlín de Christopher Isherwood, cuya asepsia en el retrato de otra época loca y atractiva (la de la capital alemana en los años treinta) resulta en cambio un elemento perdurable.

Una novela, en suma, digna de lectura pero cuya coyunturalidad no se ve reforzada por otras cualidades que puedan permitirle superar el paso del tiempo.

Julián Díez

[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]