Llevo mucho tiempo diciendo que uno de los grandes problemas que tenemos los escritores de fantástico en este país nuestro es que, precisamente por el género que tocamos, al final nos salen novelas con handicap. O sea, que hay que ser experto en mil cosas para disfrutar de las tres mil especias con los que uno sazona los guiños de una novela.
Los grandes escritores se forman cuando son capaces, claro, de convertir esos handicaps en ventajas, cuando sacan fuerzas de sus aparentes flaquezas y son capaces de ofrecer un producto nuevo y redondo en sí mismo. Ya hace un puñado de años, cuando hice una reseña sobre Tierra de nadie: Jormungand, le ponía a Rodolfo Martínez esa pega. Se le notaban demasiado las influencias.
Con los años, Rudy ha madurado, y ha conseguido que esas influencias sean no el guiño caprichoso o la ficción de un aficionado con más o menos habilidad para juntar letras, sino una verdadera obra de amor hacia sus maestros. Convirtiendo su pasión por Arthur Conan Doyle y Sherlock Holmes casi en un asunto de pundonor, una profesión de fe, Rudy Martínez nos entrega, en este indispensable Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos, un recital estilístico, un apabullante muestrario de conocimientos holmesianos, una envidiable puesta al día del mito detectivesco por excelencia... desde dentro de los parámetros clásicos de las historias del investigador del 221 B de Baker Street.
En el juego metaliterario que nos propone, Rudy se permite imitar a la perfección no sólo el estilo del doctor Watson, en la ficción el cronista de las andanzas de Holmes, sino también el estilo de los traductores clásicos del canon. Sazonado con referencias históricas, con cameos y referentes a los cómics de Sandman, La sabiduría de los muertos (que ya ganó en una versión primera el premio Asturias de novela) puede y debe considerarse el mejor pastiche holmesiano de cuantos se han escrito: por lo divertido de su propuesta, por lo inteligente de su resolución y la fidelidad a los personajes.
La mezcla, aparentemente imposible, del fantástico más oscuro que pueda existir (vía el Necronomicón y los mitos de Lovecraft) con el cientifismo analítico de Holmes funciona sin disonancias, añadiendo un quiebro interesantísimo a la biografía y la personalidad de Sherlock Holmes, y en ese cóctel explosivo Rudy Martínez se permite incluir la aparición estelar también del contrincante por excelencia. Por si fuera poco, en uno de los dos relatos que se incluyen en el libro, el placer de experimentar en el Londres victoriano que nos ha legado la literatura lleva a nuestro autor a contar el enfrentamiento entre Sherlock Holmes y Drácula, siendo además capaz de hacer lo que no pudo conseguir Bram Stoker en su novela original: dar una explicación coherente a las motivaciones del vampiro en su visita a Inglaterra.
Si tras el disfrute del libro, además, el lector queda en la duda de si en efecto nos encontramos ante una obra de Rodolfo Martínez o si se trata, como parece en todo momento, de la traducción de unos manuscritos originales de John Watson, el juego se redondea a la perfección y convence, insisto, incluso a aquéllos que no son especialistas en Sherlock Holmes y el mundo victoriano.
Rafael Marín
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