Es el libro que todo el mundo tiene que leerse, la novela que más papeletas tiene para acabar siendo adaptada por Hollywood el año próximo, el texto que esconde grandes secretos sobre la historia y la Iglesia. Y sobre todo, es una caca.
El código Da Vinci es un best seller entretenido, o lo que es lo mismo, poco original en cuanto a temática, con personajes simplones que hasta el lector más zafio entendería, una novela apoyada en los diálogos (lo cual da una celeridad muy grande al ritmo de lectura), posiblemente con más páginas de las necesarias y llena de detalles y curiosidades que sorprenderán a los lectores. Una novela escrita ya con la intención de ser un best seller, que mezcla teorías conspiratorias con sociedades secretas y santos griales.
Una vez leído el libro, de un tirón prácticamente, a uno no le queda más remedio que sonrojarse un poquito ante los personajes planos que dan pie a la historia, los malos muy malos (prácticamente de tebeo infantil, incluso uno con la piel albina para que se note ya que es malísimo) y los maestres de sociedades secretas bonachones y vejetes que pueblan las casi quinientas páginas del best seller. Tiene más pinta de tebeo que de novela, y no sólo por los personajes, sino por el desarrollo tintinesco del relato, que se resuelve a golpe de desventura, y por las anécdotas pseudohistóricas que el señor Brown va incluyendo. Quizá por eso el libro se lee tan fácilmente.
En verdad, de novedoso tiene poco. Que Jesús estaba casado es tema muy debatido desde hace tiempo, que la Iglesia oculta cosas es punto de inicio de docenas de libros de Jiménez del Oso y otros tantos cazafantasmas por el estilo. Pero Dan Brown tiene la originalidad de mezclar ideas sueltas, leves conocimientos de historia del arte (los mismos que tengo yo después de un cuatrimestre de Arte Renacentista en la Universidad de Cádiz), y algunas escenas históricas (la mayoría de ellas sacadas de contexto) para crear un universo de ficción que entretendrá al público femenino sobremanera por las referencias a la deidad femenina (que ahí sí reconozco que Brown es fidedigno), y que al resto del público hará gracia por atacar abiertamente a la Iglesia (aunque en verdad tiene truco, porque los malos son el Opus Dei, y encima sólo unos cuantos del Opus Dei. Vamos, que al final los malos son unos locos sueltos).
Realmente son de risa argumentos como "Pedro era un poco machista". Señor Brown, los judíos lapidaban a las mujeres si cometían adulterio... ¿realmente cree que en esa sociedad alguien no era "un poco machista"? También son de risa argumentos como que Da Vinci, más cercano a nuestra época que a la de Cristo, conocía de buena mano la verdad sobre los personajes bíblicos (e incluso la ropa que llevaban los apóstoles en la Última Cena). Y no pretendo ofender a nadie al decir que son de risa; simplemente que tienen tanta verosimilitud como los relatos de H.P. Lovecraft (y claro, si ustedes se creen los relatos de Lovecraft, eso ya es problema para un especialista).
El Código es sólo eso, una novela más a la que el marketing ha sabido impulsar a los primeros puestos de ventas. Es rápida de leer, parece muy veraz si uno no tiene mucha idea de historia o de arte (y una de las grandes verdades del arte es que, si buscas símbolos, los encuentras hasta donde no hay), e incluso parece muy bien escrita si uno no está acostumbrado a leer a escritores de verdad, de ésos que escriben libros que se siguen leyendo dos años después de ser editados.
Personalmente no la recomiendo: les cundirá más leer un libro serio sobre el tema, y así se ahorran las correrías de Langdon y Sophie por media Francia (aunque en verdad los protagonistas son todos anglosajones, o educados en Inglaterra). Con persecuciones policiales incluidas, eso sí, no vaya a ser que cuando hagan la película digan que no hay escenas de acción.
José Joaquín Rodríguez
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