Las historias de terror hoy provocan de todo (risas, rubor,
asco...) menos miedo. Lo mismo es porque vivimos en una era audiovisual y estamos
atiborrados de imágenes. Y pasa que, claro, lo que hace doscientos años podía darnos
pánico y repelús, hoy lo vemos en los telediarios mientras comemos.
El terror ha tenido que evolucionar, y ahí tenemos las leyendas urbanas. Hoy
nadie creería que la historia de Drácula es verdadera, pero sí nos creemos
que al primo de un amigo de un vecino se le apareció una chica en una cuneta
una noche de luna llena, o que un perro llamado Ricky se hartó de nocilla ante
las cámaras de Antena 3. Y si no nos lo terminamos de creer del todo, al menos
nos quedamos con la duda.
La leyenda urbana se basa en dos factores. Primero, la
cercanía o la familiaridad: no es un autor desconocido, ni un periodista
distante el que te lo dice, sino alguien conocido, al que alguien conocido le
contó un secreto inconfesable del que ahora tú eres depositario. Segundo, se
basa en la posibilidad, por remota que ésta sea. Las leyendas urbanas sólo
pueden existir en un mundo industrial, con peligros que afectan al hombre de la
ciudad, descreído y confiado, que de repente descubre que el mundo seguro en el
que confiaba se viene abajo. Así, el seductor descubre que la chica con la que
ligó anoche le ha drogado y ha robado algunos órganos vitales; la cinta de
video que nos dejó un amigo es una amenaza de muerte; un disco escuchado al
revés, un canto satánico. Lo que dábamos por seguro se transforma, de
repente, en algo extraño y peligroso que rompe todos nuestros conceptos.
El Terror, del escritor Arthur Machen, fue
escrita durante los años de la I Guerra Mundial. La contienda bélica, más
terrorífica y brutal que ninguna historia fantástica, resultó rica en
leyendas urbanas, en rumores y en falsas esperanzas, que surgieron como
respuesta al control oficial que se ejercía sobre la prensa. De ahí que
Machen muestre una historia ambientada en la retaguardia de la guerra, donde los
rumores son más inquietantes que los hechos.
La destrucción de algunas fábricas, la muerte de algunas
personas y el extraño comportamiento de ciertos animales hará que los
habitantes de un pequeño pueblo del Reino Unido especulen sobre qué está
pasando. Frente al terror visible y fácil de identificar, el autor juega a no
mostrarnos más que hipótesis factibles, algunas más creíbles que otras, que
van inquietando al lector a cada página que lee.
Hacia el final del libro, el trágico relato de una familia
que se encierra en su casa y muere de hambre y de sed, y que recoge por escrito
lo que está ocurriendo, desvela un final inesperado, terrible, crítico e
impactante. La dureza del relato, su realismo, tiene todos los elementos de una
leyenda urbana por derecho propio.
El libro expresa, mejor que ninguna otra obra de aquellos años,
la crisis moral y racional que sufrió Europa ante la guerra más cruel que la
humanidad había conocido. A través de la fantasía, Machen hace una crítica a
la bestialización del hombre, a la futilidad de la guerra y a la incapacidad
de la razón humana para dominar un mundo que apenas entendemos.
Por su brevedad, su originalidad y su intensidad, ningún amante del buen terror
debería dejar pasar la oportunidad de leer esta obra maestra.
José Joaquín Rodríguez
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